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La Nela, durante los largos años de su residencia allí, había ocupado distintos rincones, pasando de uno a otro conforme lo exigía la instalación de mil objetos que no servían sino para robar a los seres vivos su último pedazo de suelo habitable.

Isidro la besaba en el rostro, en los hombros, en los pechos, en todos los adorables rincones de su carne que la muchacha iba dejando al descubierto al revolverse en la cama, estremecida bajo el chaparrón de caricias, que le arrancaba sofocadas risas, lamentaciones de irresistible cosquilleo. Déjame, mala persona gemía riendo . Déjame, o chillo.

Había siempre en el círculo una concurrencia media de cuarenta ó cincuenta personas que iban á comer; muchos militares retirados, solteros que por casualidad no estaban invitados y transeuntes como Tragomer. Disponían de una gran mesa de veinticinco cubiertos y de otras más pequeñas en los rincones y en el salón inmediato.

Pero toda felicidad es breve en este mundo. La de él, brevísima. Al día siguiente de aquel deliquio amoroso, encontraba a su dueño frío como el mármol, displicente, y, lo que es peor, en largas y reservadas pláticas con Escosura allá por los rincones del salón.

Los tiempos de la juventud fueron malos para el señor Esteban. Eran los de la guerra de la Independencia. Los franceses ocupaban Toledo y entraban en la catedral como paganos, arrastrando el sable en plena misa mayor, para curiosear hasta por los últimos rincones.

Los rudos movimientos del coche de alquiler parecían hacer saltar los recuerdos del pasado de todos los rincones de su memoria.

Se cantaba Los Puritanos, y aquél rebosaba de gente; de suerte que nos costó algún trabajo introducirnos y escalar uno de los rincones; pero al cabo llegamos. Teresa se encontró admirablemente y me pagaba los trabajos que había pasado para llevarla hasta allí con mil sonrisas y palabras amables.

Un labrador viejo, su mujer trémula de espanto y unos cuantos chicuelos que se ocultaban por los rincones, se habían refugiado arriba, con las señoras, al ver que el agua penetraba en su modesta casa. Rafael entró en el comedor y allí vio a doña Pepita, la pobre vieja, apelotonada en una silla, con las arrugas de su cara mojadas de lágrimas y las dos manos en un rosario.

Chomín se ahogó en un naufragio, y la viuda, llevando en brazos al futuro doctor Aresti, que entonces tenía seis años y se miraba con asombro el negro trajecito, lloró desesperadamente por todos los rincones de la casa de su hermana. No te apures, mujer decía el señor Juan. Otras están peor que , que tienes á tu hermana y me tienes á . No morirás de hambre, ya que según parece, voy para rico.

Ya han sido echadas a vuelo las campanas... Tenemos para rato... Decididamente, esta habitación es triste. Las grandes arañas de la mañana, que inspiran pensamientos filosóficos, han fabricado sus telas en todos los rincones... Vamos fuera. Al llegar a la plaza mayor, la música del tercero de línea, que no se intimida por un poco de lluvia, va a colocarse en torno de su director.