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Ocurriósele al ver tanto libro, que su amante Pepe Castro no había leído ninguno de ellos, ni lo leería probablemente. Antes, le hacía gracia esta ignorancia: ahora la encontraba ridícula. Transcurrían los días.

Puede usted cerciorarse. Entonces, no tengo nada más que decir. Se separó los faldones de la levita, y, lanzando una mirada severa al acusado y a su defensor, se sentó. Karaulova esperaba. La situación se iba haciendo ridícula.

La serenidad y la cortesía de aquel muchacho, a la vez que lo elevaban a sus ojos, irritaban su amor propio. ¡Qué comentarios no habrían hecho él y su hermana después de aquella ridícula y extemporánea visita! Al pensar en ello se le subían los colores a la cara. Por no ver ni ser vista de Alcázar desde su mirador, dejó de salir a pie.

Con la proclamación de la monarquía en España, comenzó el deshielo en el campo carlista. La batalla de Lácar, perdida de una manera ridícula por el ejército regular en presencia del nuevo rey, dió alientos a los carlistas, pero a pesar del triunfo y del botín la causa del Pretendiente iba de capa caída.

Media semana estuvo en esta lucha, ya queriendo ceder para oficiar de maestra, ya perseverando en sus primitivos temores e inclinándose a no intervenir para nada... Pero con las amigas tenía que representar otros papeles, pues era vanidosa fuera de casa, y no gustaba nunca de aparecer en situación desairada o ridícula.

Una tarde en que el desencanto y la amargura habían invadido su pecho en que iba pensando seriamente, al caminar por la calle de Serrano, en abandonar por completo aquella ridícula aventura, al pasar por debajo del mirador después de haber saludado al joven, sintió caer sobre ella un puñado de flores deshechas. Levantó la vista y le envió una afectuosa sonrisa de reconocimiento.

Razón tenía usted en decir que me iba a dar un susto. ¡Ave María Purísima! ¡Quién había de pensar!... Y por algunos momentos no dejó de hacerse cruces y proferir exclamaciones. Repuesta al fin un poco, llamó a Carlota. ¡Niña, no seas ridícula, ven aquí! Y en voz baja añadió: ¡Pobrecilla! La ha puesto usted en un apuro. Vino Carlota hecha una rosa de Alejandría por lo roja y por lo hermosa.

Que usted se divierta mucho, Álvaro... contestó ella sin asomo de ironía. Pero a él se le figuró que se burlaba de su torpeza ridícula, de su miedo estúpido... y sintió vehementes deseos de ahogarla. La mano de la Regenta tocó la de Mesía sin temblar, fría, seca. Salió el buen mozo tropezando con el pavo real disecado y después con la puerta. En el pasillo se despidió de su amigo Quintanar.

Mientras todo el mundo se ría del que se deje injuriar impunemente, o del que acuda a un tribunal para decir: «Me han injuriado», será forzoso que todo agraviado elija entre la muerte y una posición ridícula en sociedad.

Estos rumores llegaron á oídos de Roussel, que empezó por encolerizarse, pero después tomó el partido de reirse de ellos, contando con que la gente que le conociese no daría crédito á tan ridícula especie. Pero si la credulidad pública rechaza con fastidio lo que redunda en ventaja del prójimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su perjuicio.