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Son unas botas de don Manolito Cuevas; para un arreglo. Pues no se las arregles si no las paga por adelantado; es un hambrón, que no tiene ni para sardinas rezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide . ¿Cuántos pares te debe? Belarmino no se acordaba con precisión. Lo mismo podían ser quince, que veinte, que veinticinco pares.

De pronto también las copas de los árboles volvieron a su posición recta; el polvo quedó en suspensión descendiendo, lentamente, sobre el suelo; las haciendas levantaron la cabeza como investigando la causa de aquel cambio; los caballos relincharon un rezongo; el sol brilló de nuevo en todo su esplendor, rencoroso y candente: la tormenta había pasado en su colosal ruta parabólica, rumbo al poniente, donde pareció detenerse, como a esperar al sol.

Los había de todas castas, figuras y colores: unos de elegante silueta, bien alimentados; otros churretosos y con largas lanas; pero todos guardaban igual silencio, sin un ladrido, sin el menor rezongo, graves e inmóviles, como soldados que presienten la proximidad del combate. Sus amos hablaban en voz baja, por la costumbre de recatarse en el vedado.

Susana díjele colocándome delante de ella, con aire resuelto, ¿conque yo soy rica? ¿Quién os ha dicho tal sandez, señorita? Eso no te importa, Susana; lo que quiero es que me contestes y me digas dónde vive mi tío de Pavol. ¡Quiero, quiero! rezongó Susana, se acabó la niña a fe mía. Ídos a pasear, señorita; no os diré nada, porque nada . Mientes, Susana, y te prohíbo que me contestes así.

Baldomero alcanzó a oír la pulla y levantándose fue hacia quien la había lanzado y le dijo: Vea, Martín: estos señores están conmigo, ¿entiende? ¿Y yo qué hago? No le digo más respondió Baldomero, disponiéndose a volver a su asiento; pero al hacerlo oyó que el paisano decía como en un rezongo: ...¡ lindo... no va a poder hablar uno!...

«Es muy particular gruñía la viuda, registrando el baúl, después del reconocimiento minucioso que en la cómoda hizo . ¡Y no se comprende que siendo él tan rico y ella una pobre...!». El baúl, que sólo contenía ropas viejas, no dio tampoco nada de . «Pues tiene que haber algo... rezongó la señora , tiene que haber algo. En alguna parte está el escondrijo. Dinero hay, o no hay dinero en el mundo».

Anastasio llegó hasta cerca de la puerta y oyó estas palabras, dichas entre dientes como en un rezongo: Abrí, te digo, soy yo. La puerta se abrió y un relámpago de celos precedió a un relámpago de fuego: Anastasio había descargado su formidable trabuco sobre un salteador y sobre su mujercita inocente, matando a los dos. ¿Y hace mucho tiempo? preguntó Ricardo.

Apolonio, en aquellos instantes, flotaba sobre la tristeza del mundo y sobre las nubes luctuosas, como el espíritu melodioso de Jehová sobre el caos primieval. Señorito, que las alubias se pasan rezongó con acritud la asistenta, asomando el morro por una puerta . Son ya las diez de la noche. ¿Qué habla usted ahí, incivil criatura? replicó Apolonio, con sobresalto.