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Mientras el juez le leía el libro, él iba penetrando los secretos del ser amado, casi reviviendo su vida, y se sentía invadir por un amargo encanto. Su adoración por la belleza de aquella mujer, su compasión por sus sufrimientos aumentaban y le embargaban hasta el punto de olvidar cualquier otro sentimiento: poco faltaba para que olvidara que estaba muerta.

Pensamientos agradables acuden a su mente. ¿No son completamente felices desde que ha venido Juan? ¿No se han hecho ya raras las horas tristes, llenas de presentimientos siniestros, turbadas por el miedo a los fantasmas? ¿No estaba reviviendo él a ojos vistas, vencido por la alegría de esos dos inocentes? ¿No era el día que acababan de pasar la mejor prueba de que su horror a los extraños ha desaparecido y de que sabe asociarse ya a la alegría de los otros? ¡Y Gertrudis cuán feliz es también!... La otra noche, es verdad... ¡Pero qué! ¡Las mujeres son seres débiles, sujetos a muchos caprichos.

Como su espíritu no era solicitado por una gran variedad de temas, llenaba los momentos de intervalo reviviendo sin cesar interiormente todos los hechos de su existencia que le volvían a la memoria, como aquellos, sobre todo, de los quince años transcurridos desde su casamiento y durante los cuales la vida y su fin se habían duplicado ante sus ojos.

Se devanaba los sesos en el torniquete de su desvelo para averiguar el sentido de tal fenómeno, y llegó a figurarse que de los restos fríos de Mauricia salía volando una mariposita, la cual mariposita se metía dentro de la rata eclesiástica y la transformaba... ¡Cosa más rara! ¡El mal extremado refundiéndose así y reviviendo en el bien más puro!... ¿Pero no podría ser que Mauricia, arrepentida y bien confesada y absuelta, se hubiera trocado, al morir, en criatura sana y pura, tan pura como la misma santa fundadora... o más, o más? «¡Qué confusión, Dios mío!

Al contaros estas minucias, yo gozo reviviendo el encanto de los viejos días, y me parece, además, que ningún hombre serio dejará de reconocer el trascendentalismo de estas cuestiones de culinaria.

La lluvia continuó sin interrupción alegrando y reviviendo todo y cuando los tres amigos, ya casi de noche, tomaban asiento en el comedor se oyó ladrar los perros como si algo extraordinario ocurriera. ¿Qué sucede, José? preguntó Melchor al sirviente que ponía la sopa en la mesa. Debe andar gente, don Melchor, por como ladran... voy a ver.