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Después, toda la extensión del hermoso valle poblado de casas, de árboles, de flores, de ganados; a lo lejos las montañas con sus laderas cubiertas de bosques, sus eminencias rojizas y azules y sus cúspides encaperuzadas con una blancura en la cual nuestra viajera creyó ver enormes montones de plumas, encima el cielo sin fin, el sol de la mañana dando vivos colores a todo el paisaje, garabateando el agua con rayos de luz, produciendo temblorosos reflejos en el follaje de los olmos, y reverberando en las sementeras pajizas, salpicadas aquí y allí de manchas de amapolas. ¡Esto que se llama vivir!

Y la carroza seguía marchando bajo un sol radiante, que hacía centellear los cristales de los balcones, reverberando en el blanco caserío de la villa con transportes de felicidad.

Es un poco exagerado; pero el hecho es que se necesita una apremiante necesidad o una imprudencia infantil para aventurarse bajo aquel sol canicular que, reverberando en la arena blanca y ardiente, quema los ojos, tuesta el cutis y derrama plomo en el cerebro. Se espera la brisa con ansia, a pesar de los inconvenientes del polvo impalpable que se levanta en nubes.

Los techos reverberando, los pintorescos balcones verdes y azules, las altas y elegantes azoteas de estilo morisco, los arbustos cuajados de flores y perfumes, los grupos animados de una poblacion en que se veian tipos muy variados, los mármoles resplandecientes de las casas mas lujosas, los lejanos castillos destacándose sobre las ondas, las montañas, confusas en lontananza, el mar encrespado y sacudiéndose bajo su manto de luz crepuscular, el sol, enorme por un efecto de óptica, como bañándose en el océano, la brisa agitando suavemente los árboles, el cielo de una hermosura extraordinaria; todo aquello me llenó de encanto, de embriaguez, dejándome en el alma una hondísima impresion que nunca olvidaré.

En efecto, la pobreza, la suciedad de aquel pequeño pueblo, su insoportable calor, pues el sol, reflejándose sobre la montaña, reverberando en las aguas y cayendo a plomo, eleva la temperatura hasta 36 y 38 grados, y el abandono completo en que se encuentra, hacen de la permanencia en él un martirio verdadero. Pero todo, todo lo perdono a la Guayra, menos el Hotel Neptuno.

En derredor se alza un cerco de peñascos abruptos, unos escalonados, otros unidos en poderosas cuchillas, altas montañas arrugadas y ásperos y enormes bastiones de titanes. La cuenca es tan cerrada que apénas deja ver un pedazo del cielo, al mismo tiempo que por entre el abra determinada por el valle del Aar se ve la espléndida mole de Jungfrau reverberando como una inmensa urna de plata....