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Adriana se abandonaba a la dulzura de quedarse allí, anegada en sus propias ideas y en la vaga contemplación de esta calle solitaria, retraída del rumoreo cosmopolita con su elegante edificación de cerrados palacetes.

La vida, la fortuna, la ambición, la gloria, y, sobre todo, el favor general, estallaron al mismo tiempo sobre aquella existencia por tanto tiempo retraída y desesperanzada. El corazón de la madre se inundó de alegría.

Sin embargo, fui a verla todos los días mientras duró su enfermedad, luego algunas veces a la semana... Amparo se mostraba silenciosa, retraída, como cohartada, delante de . Yo veía en aquel encogimiento, orgullo, altivez, pesar de verse obligada a aceptar mis beneficios. Esto me disgustaba.

La población indígena de Mindanao puede dividirse en los grupos siguientes: Los aborígenes ó primitivos habitantes de la isla llamados aetas, negritos ó mamanuas, sumamente refractarios á la civilización, habitan en el interior de los montes haciendo una vida errante y retraída de todo trato social con los pueblos vecinos.

Los ojos miraban con una suavidad retraída, y la fisonomía rara vez se animaba sino con aquella ligera sonrisa de los labios delgados. Ese mismo gesto lo hacías siempre, cuando te interrogaban sobre tales asuntos, añadió Muñoz. Pero no tenía ahora curiosidad alguna de saber nada acerca de su amigo, sino simplemente un ansia de desahogar con él su corazón henchido por el sufrimiento.

Pero la Reina, con la propia condición de mujer, y más aún de la que vive retraída y desocupada, se complacía en saber todas las intrigas y sucesos, sobrando siempre damas de la servidumbre que se empleasen a porfía en averiguarlos y en contárselos luego. Pronto, pues, supo la Reina la rivalidad de Pedro Carvallo y de Morsamor, así como las coqueterías de doña Sol que la habían causado.

Y como era imposible vencer el empeño que su madre tenía de quedarse allí, ya entrado el otoño, la compañía de sus parientes se le hizo más odiosa y pasaba las horas callada, retraída y con una gran tristeza.

Nada hubiera logrado, sin embargo, sin la astucia de su amigo el canónigo. Aquel aconsejado viaje por las montañas, lleno de sustos y peripecias, le conquistó, si no el amor de su esposa, por lo menos sus favores. En los dos primeros años de matrimonio Amalia hizo una vida retraída, sin salir apenas del churrigueresco palacio de la calle de Santa Lucía.

Detrás de aquel orden, de aquella limpieza y esmero, no se notaba más que cierto apego a la tradición y una vida retraída, sin saber por qué causa. Lo mismo podía vivir allí una familia de la Biblia que de una tragedia de Shakspeare.

En esta vida retraída y afeminada agravose la nativa timidez de su carácter, su sensibilidad delicada se hizo enfermiza, su genio sombrío y receloso. Y lo más lamentable era que, sin ser una lumbrera, estaba dotado de clara inteligencia y poseía una penetración frecuente en los hombres reservados y tímidos.