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En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.

Una especie de horror puede decirse que retorció visiblemente su fisonomía, como serpiente que se deslizara ligeramente sobre las facciones, haciendo una ligera pausa y verificando todas sus circunvoluciones á la luz del día.

Dorotea hizo aún un nuevo esfuerzo, aún tuvo una sonrisa para don Juan; luego lanzó algunos gritos agudos, horribles; se retorció de una manera violenta, hasta el punto de desasirse de los brazos de don Juan; dió dos pasos desatentados, y cayó desplomada. Don Juan corrió á ella, la volvió, miró su semblante y dió un grito de horror.

El joven se retorció el bigote con expresión distraída y su mirada vaga pareció buscar en el espacio una silueta fugitiva. La tía Liette le observaba como al descuido. ¿Está en camino, Carlos? preguntó maliciosamente. No, todavía está en las nubes. Y con una risa un poco forzada para ocultar su confusión, el joven dio un sonoro beso en la frente de la empleada.

Uno de los presos suplicó que le dejasen descansar porque tenía que hacer una necesidad. ¡El lugar es peligroso! contestó el cabo, mirando inquieto al monte; ¡súlung! ¡Súlung! repitió Mautang. Y silbó la vara. El preso se retorció y le miró con ojos de reproche: ¡Eres más cruel que el mismo español! dijo el preso. Mautang le replicó con otros golpes.

Petra sonrió de un modo que ella creyó discreto y retorció una punta del delantal. Perdóneme Usía... dijo con voz temblorosa y ruborizándose. No hay de qué, hija mía. Agradezco su celo. Don Fermín estaba pensando que aquella mujer podría serle útil, no sabía él cuándo, ni cómo, ni para qué. Sintió deseos de ponerla de su parte, sin saber por qué esto podía importarle.

Marisalada tuvo un golpe de tos. El pescador se retorció las manos de angustia. Un resfriado dijo la tía María ; vamos que eso no es cosa del otro jueves. Pero también, tío Pedro de mis pecados, ¿quién consiente en que esa niña, con el frío que hace, ande descalza de pies y piernas por esas rocas y esos ventisqueros? ¡Quería! respondió el tío Pedro.

Valentina tuvo, en efecto, lástima de él, y le dejó; pero todavía le retorció el pellejo de los brazos unas cuantas veces. A no se me engaña, ¿lo sabes? ¡A no se me engaña! Si vuelvo a saber que has estado con ella, excusas de venir más por aquí. Bueno, te prometo no hablarla más; pero no vayas a hacer caso del primer cuento que te traigan.

Había, sin duda, deseado ardientemente esta solución justa y natural en interés de su hijo adoptivo, y sin embargo... En el dolor atroz y profundo que le retorció el corazón e hizo brotar las lágrimas en sus ojos comprendió la feroz sublevación que se apodera de las madres a quienes se arranca su hijo. El notario, sin responder, abrió la puerta de la derecha.

Su expresión era extraña. El demasiado dolor la hacía sonreír. Caminó hacia la mesa. Removió la mecha del velón, la limpió, la retorció debidamente. Luego, sin pronunciar un vocablo, salió de la estancia. El rey don Felipe Segundo era llamado, con razón, el Prudente.