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Yo no conservo ninguna tuya. Ya sabes que las rompo en cuanto las recibo. Raimundo no se movió. Después de esperar unos momentos, Clementina se acercó a él por detrás, se inclinó silenciosamente y le puso las dos manos en las mejillas, diciéndole con acento dulce: ¡Retonto! ¿no hay más mujeres que yo en el mundo? Raimundo se estremeció al contacto de aquellas manos delicadas.
La dama recibía el homenaje sin pestañar, cual si le fuese debido. Poco a poco empezó a mostrarse impertinente y descontentadiza: «¿Cómo has tardado tanto, chico? No es eso lo que te pido, hombre, no es eso, ¡parece que estás en Babia! ¿Dónde tienes los ojos? ¡tonto, retonto! ¡Me estás consumiendo la paciencia, chiquillo!» Nuestro muchacho llegó prontamente a ejecutar los oficios más viles.
El de nuestro matrimonio, retonto... Digo, si es que apeteses esta mano, que no tiene nada de blanca ni de suavesita..., ¡bien lo sabes! dijo, sacándola por la reja. Por toda contestación, me apoderé de ella, la llevé a mi corazón y luego la besé repetidas veces. A la noche siguiente me manifestó que se hallaba muy inquieta.
Palabra del Dia