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Yo escuchaba con afectada atención, pero el severo D. Oscar comenzó a dar señales de impaciencia y concluyó por decir: Bueno, doña Tula; ya le irá usted dando esas noticias poco a poco, pues de una vez todas no es fácil que las retenga. Verdad, don Oscar, verdad. Tiene usted mucha razón. ¡Como soy tan polvorilla!... Lo mismo era mi difunto.

No lo he olvidado contestó Amaury. Entonces nos encontraremos allí como de costumbre. A las diez, ¿no es así? , a las diez repitió distraídamente Amaury; pero si no pudiese ir hasta las doce, yo le rogaría que dijese usted a su tío que tal vez me retenga en París algún asunto urgente.

Amparo solía llamar en broma su hijastra a Clementina. ¡Qué hijastra, ni qué madrastra! exclamó el lechuguino con gesto de mal humor . ¡Si pensarás que hay mujer que me retenga a cuando no quiero! El despecho, incubado toda la noche, rompía ahora con fuerza la cáscara. ¡Olé mi niño!

Es preciso irme desprendiendo poco a poco, de buen o de mal grado, de este bajo suelo; ya siento en la noche; ¿cuántas horas me faltan contar aún en este negro abismo? Dios lo sabe; yo no he de contarlas, porque estoy entregada a El absolutamente; lo que le pido, es que me retenga aquí el tiempo necesario para ganar su estimación.

Oliverio, con gran sorpresa de mi parte, no manifestaba la más leve contrariedad ante la idea de alejarse de Ormessón. Ahora me dijo con mucha calma pocos días antes de nuestra partida, ya no tengo nada que me retenga aquí. ¿Tan pronto había agotado todas las alegrías? Entramos en París de noche. Pero, aunque hubiésemos llegado a otra hora, siempre habría resultado tarde.

Dispongo de quince días libres antes de tomar el vapor de América; he leído el anuncio el viernes a la tarde; tengo hambre de música; París está insoportable... Un telegrama a Londres a un amigo para que me retenga localidades y a la mañana siguiente, heme volando en el tren del Norte en dirección a Calais.

Gocemos el encanto de esta hora fugitiva, retengámosla por los cabellos, dejemos que nos acaricie blandamente. ¡Quién sabe si en pos de esta tan dulce vendrán otras tétricas! Permite que la retenga un minuto más por su manto azul y flotante... Y al decir esto, sujetaba la falda de su prometida. ¡Arriba, Tristán, arriba! replicó ella riendo. Pues ayúdame. La joven le entregó sus manos.