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Por lo que sabía de la señora de Winthrop, su mejor amiga después de Silas, comprendía que una madre debía ser muy preciosa; y muchas y muchas veces le había pedido a Marner que le dijese cómo era la fisonomía de su madre, a quién se parecía aquella pobre mujer, y cómo la había encontrado contra la mata de retama, guiado hasta aquel sitio por las huellas de los pequeños pasos y de los bracitos echados hacia adelante.

Había llegado en un sitio en que sus pasos ya no eran guiados por las cercas de las callejuelas, y vagó al azar, incapaz de distinguir ningún objeto a pesar de la inmensa capa blanca que la rodeaba y la creciente luz de las estrellas. Se dejó caer contra una mata aislada de retama. Era una almohada bastante blanda, y el lecho de nieve era también bastante suave.

Papá dijo la joven con un tono de dulce gravedad que, como una cadencia triste y lenta, interrumpía a veces su alegría , vamos a cercar la mata de retama; así se encontrará en el ángulo del jardín, y alrededor voy a plantar margaritas y crocus, porque Aarón dice que esas plantas no mueren y se desarrollan cada vez más.

Mandó el rey a buscar a Pedro y a Pablo, porque ellos no más le podían decir quiénes eran los padres de Meñique, y si era Meñique persona de buen carácter y de modales finos, como quieren los suegros que sean sus yernos, porque la vida sin cortesía es más amarga que la cuasia y que la retama.

Agachándose pudo distinguir las huellas de los pequeños pies en la nieve inmaculada, y siguió su rastro hasta las matas de retama. «¡Ma-ma!», repitió la criatura varias veces, echándose hacia adelante, como para escapar de los brazos del tejedor antes de que éste, que tenía un arbusto por delante, viera que había allí un cuerpo humano, cuya cabeza estaba profundamente hundida entre las ramas y a medias recubierta por la nieve levantada por el viento.

Se me figuró que todas las cosas daban vueltas á mi alrededor, y sentí dentro del pecho un frío particular, que nunca más volví á sentir. De repente me acuerdo que eché á correr como un loco por el monte abajo, sin saber adónde marchaba. Como no seguía la vereda, me iba destrozando los pies con la retama y las zarzas; pero no lo notaba. No veía nada.

Siempre que comparo la casa destrozada, pero sana y bien orientada, situada en un valle ameno como los de Suiza, donde pasé los primeros años de mi casamiento, con esas casas ennegrecidas por el humo, con esas chozas cubiertas de heno y retama, siempre que veo esas mujeres más laboriosas y más resignadas que yo, a pesar de carecer de pan y abrigo para ellas y para sus hijos, me considero demasiado favorecida y privilegiada por la bondad de Dios.

¡Ay, hija mía! dijo Silas, siempre dispuesto a hablar cuando tenía su pipa en la mano, causándole evidentemente más placer el dejar de fumar que el arrojar bocanadas , no estaría bien que dejáramos sin cercar la mata de retama. A mi entender, no hay cosa más bonita cuando está cubierta de flores amarillas. Lo que hay es que me pregunto cómo haremos para tener una cerca.

19 de julio. Ha llegado mi marido, y hemos salido con nuestros hijos a dar un paseo por las altas montañas, que parece como si crecieran impulsadas por la poderosa mano de Dios; están pobladas de hayas, abetos y retama, cuyas amarillentas flores aseméjanse a láminas doradas sobre un fondo verde: de trecho en trecho hay grandes matorrales entre hierbas, sobre los que se distinguen algunos carneros; a cada momento se encuentran lindas cascadas que se desprenden de lo alto de las rocas y serpentean sus aguas por entre las hojas y los abetos más verdes que los otros por la continua humedad que reciben.

La mata de retama todavía estaba allí, y aquella tarde, cuando salió con Silas al sol, eso fue el primer objeto que atrajo y concentró las miradas y los pensamientos de Eppie.