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Todo Madrid se enteró. Los comentarios fueron infinitos. De ellos resultaba que quien había tomado la iniciativa para cortar las relaciones había sido el novio. Tales dichos, exactos o no, llegaron a oídos de Clementina e hirieron su orgullo tan vivamente, que le faltó poco para enfermar de ira. Pasó un año. Tuvo algún noviazgo de poca importancia. Osorio también galanteó a otras jóvenes.

Miguel rió de su vehemencia. No; ser pobre no resultaba agradable; pero tenía razón al decir que para gozar de muchas cosas hermosas no es necesario el dinero. Nosotros mismos añadió él, después de una larga pausa sólo nos conocemos verdaderamente desde que perdimos nuestra riqueza. ¡Quién sabe si de nacer pobres nos hubiésemos entendido mejor en nuestra juventud!... Muchas veces lo he pensado.

Entonces cayó en la cuenta de que necesitaría gastar algún dinero, y segura de tener bastante, registró los huequecillos rojos del portamonedas, contó, revisó, pasó las piezas de una parte a otra; pero por más vueltas que daba y trasiegos que hacía, resultaba siempre que apenas tenía dos docenas de pesetas. ¿En dónde estaba lo demás? ¿La habían robado?

De este contraste resultaba el escándalo, del escándalo el celo, del celo la pugna, de la pugna la persecucion y la muerte.

Además, la muerte en el lecho resultaba una muerte infructuosa y estéril. ¿A quién podía servir, aparte de los herederos?... La otra muerte por una idea, aunque fuese errónea, representaba una afirmación, un acto de energía y de fe, y con la suma de tales actos se va tejiendo la historia noble de la humanidad.

Sin embargo, este D. Casiano, cuando se encerraba en el cuartucho polvoriento y fementido que le servía de despacho y se colocaba delante de su mesa atestada de expedientes, no resultaba un hombre primitivo, sino bien refinado.

También esta vez tengo que excusarme por mi lentitud en escribirte; pero tenía una repugnancia inconcebible a la pluma, al papel, a mis ideas, a mis sentimientos, a todo, hasta a Luciana... , Luciana, mi Luciana me resultaba una carga, un dolor, un despecho constante. Estaba celoso, y la he ofendido gravemente, como un estúpido.

Aquella mujer resultaba incomprensible. Al marido fiel y bondadoso apenas lo nombraba, como si su matrimonio hubiese sido de algunos días; y en cambio, de aquel calavera que tanto la hizo sufrir habíase forjado después de muerto una figura ideal, y ya que no de sus virtudes, hablaba a todos de su talento, pintándolo como un sabio ilustre, cuya ciencia no había podido apreciar el mundo.

Este medio me resultaba prosaico y hasta un tanto peligroso, pues podía suceder perfectamente que encontrase allí al hermano, es decir, al individuo aquel que la acompañaba la noche en que la seguí, y que en medio de mi ilusión, creía yo que no podía ser más que su hermano. Costábame trabajo el resignarme a creer que fuese un amante.

Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, sería una señora «presentable»... ¿Pero podía amarla?... Febrer sonrió escépticamente. ¿Acaso resultaba necesario el amor para casarse?