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Así se hizo, cargándole entre las dos y otra compañera, pues el enfermo pesaba como un manojo de cañas, y en casa, a fuerza de pellizcos y restregones, volvió en , y les dio las gracias tan amable. La Pitusa le hizo unas sopas, que tomó con apetito, dando a cada momento las más expresivas gracias... tan fino, y así estuvo hasta la mañana, bien apañadito en su jergón.

Decidióse á entrar en una cervecería y tomar algo, pues no había comido, «¡Vaya con Antoñico! se decía mientras mascaba distraídamente. ¡Ya lo creo que trabajará por que Soledad se quede en su casa! ¡No se relamerá poco ese tío podrido teniéndola al alcance de la mano!... ¡Valiente verde de restregones y achuchones se dará en estos días!» Y en su corazón, que la tristeza oprimía, sintió de pronto la quemadura de los celos.

Por cierto que don Adrián subió la bocamanga izquierda hasta el codo, y el arco de las cejas hasta el casquete, a fuerza de rascarse y de admirarse al ver que Leto, de quien esperaba un estampido, en lo del convite no puso el menor reparo, y en lo de las acuarelas se despachó con tres «carapes» seguidos y unos muy dulces restregones de manos a las barbas.

La maternidad apasionada y ruidosa de la hembra popular estallaba con fieros arrebatos a la vista de los pequeños. Los besos parecían mordiscos; las caras de los asilados se enrojecían con los violentos restregones; muchos se echaban atrás, como temerosos de la primera efusión.

Cumplido este requisito, y dichas las indispensables agudezas, y hechos los acostumbrados restregones de manos, sirvió una Maritornes, en abismo de sopera, media arroba de fideos; vertióse negro y abundante mosto en los vasos al efecto; circuló el cucharón de estaño de plato en plato; y entre sorbos, resoplidos, eructos y taconazos, dióse comienzo a la discusión del punto que allí reunía a tan insignes personajes.

Algunas muchachas, de sueltos ademanes, avanzaban cautelosas, con paso de gatas, hasta confundirse con los grupos de los mozos, chillando cuando éstos las ofrecían una copa después de innumerables pellizcos y restregones de brutal deseo. Salvatierra escuchaba a Juanón, un antiguo camarada que trabajaba en el cortijo y había hecho el viaje a Jerez, sólo por verle cuando llegó del presidio.

No había más que presentarse, y los mismos soldados abrirían las puertas, poniendo en libertad a todos los compañeros presos. El gigantón quedó un momento pensativo, rascándose la frente, como si quisiera ayudar con estos restregones la marcha de su pensamiento embrollado. Está bien exclamó después de larga pausa.

Y el general, viendo a su ídolo en conversación animada con los jóvenes casados, fatigado de que sus laberínticos requiebros no fuesen comprendidos, ni tampoco sus restregones poéticos, vino a hacer lo mismo.