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Entre las comedias que tienen de común el representar personajes de las clases más cultas, resplandeciendo en ellas la más fina urbanidad, y como respirando la flor de la cultura más grata, hállase una larga serie de las obras más perfectas de Lope, que no es dable analizar sin sentir grande admiración hacia la riquísima vena poética, que en todas sus partes se muestra.

Venia enfin, y por remate dellas Una resplandeciendo, como hace El sol ante la luz de las estrellas. La mayor hermosura se deshace Ante ella, y ella sola resplandece Sobre todas, y alegra y satisface. Bien asi semejaba, qual se ofrece Entre liquidas perlas y entre rosas La aurora que despunta y amanece.

Además de contar con su rarísimo mérito, estaba agarrado a muy buenas aldabas. Viudo hacía ya más de veinte años, tenía una hija de veintiocho, que había sido la más real moza de todo el lugar, y que era entonces la señora más elegante, empingorotada y guapa que en él había, culminando y resplandeciendo por su edad, por su belleza y por su aristocrática posición, como el sol en el meridiano.

Su engaño no prevalecerá ni valdrá de nada para las personas de buen gusto, las cuales no podrán aguantar su obra y la tildarán de falsa y embustera. Y por el contrario, siempre que el poeta es sincero y dice lo que siente, con sencillez y sin afectación, ó no es verdadero y legítimo poeta, ó tiene que ser bueno moralmente, resplandeciendo la bondad moral en su poesía.

Fué este movido á reservar las galeras y naves de los suyos contra las fuerzas del viento austral, resplandeciendo en arte completo lo que antes fué Arenal informe.

Así como a otras el amor propio les inspira la presunción, a la viuda de Jáuregui le infundía convicciones de superioridad intelectual y el deseo de dirigir la conducta ajena, resplandeciendo en el consejo y en todo lo que es práctico y gubernativo.

El leon avanza á saltos: uno más para que hambriento se cebe en su triste presa, que inmóvil, resplandeciendo más que por sus ricas joyas de su beldad por lo inmenso, parte el alma atribulada entre el asombro y el miedo: que la hace sentir Ataide un inefable consuelo, y el leon puede quitarle lo que ya, sin comprenderlo, siente en su sér conturbado por un dulcísimo anhelo.

Sentémonos dijo Marta . ¡Cuánto mar se ve desde aquí!, ¿no es cierto? Ricardo se sentó a su lado y ambos contemplaron la húmeda llanura que se extendía a sus pies. Cerca de ellos ofrecía un color verde oscuro. A lo lejos era azul. Allá, en el centro, la gran mancha de plata seguía resplandeciendo con vivos destellos reflejando el diseño del disco del sol.

Como un inmenso murmullo de marea, todas las bocas confirmaron a coro: Amén. La reina se levantó, y se sentó en el trono, junto al rey, resplandeciendo de santidad y de hermosura. Y en la atmósfera vibró un coro de invisibles ángeles, mientras se retiraban lentamente el gran inquisidor de Felipe II y sus demás acompañantes, de vuelta al palacio de la calle del rey Francisco.