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Este idiota, sumergido en su gloria, no lo entendía: y si le entendía, se negaba á obedecerle. La voz del príncipe fué cayendo con una lentitud temblorosa sobre la cabeza que estaba debajo. ¡Spadoni, pianista de los demonios! ¡La última! dijo el músico. Cuando dejó de tallar muchos respiraron, satisfechos de que terminase un juego que parecía un maleficio.

La expedición salió, y los sanjuaninos federales, y mujeres y madres de unitarios respiraron al fin, como si despertaran de una horrible pesadilla. Facundo desplegó en esta campaña un espíritu de orden y una rapidez en sus marchas, que mostraban cuánto le habían aleccionado los pasados desastres.

Respiraron con delicia al verse sentados en un automóvil descubierto, con sus pequeñas maletas entre los pies, corriendo velozmente a lo largo de los muelles. A un lado, la ciudad; al otro, la interminable fila de depósitos, cortada por callejones, al extremo de los cuales se veían cascos de buque, chimeneas, arboladuras, pabellones ondeantes de todos los países.

El Asistente conde de la Jarosa, que tanto se apresuró á pregonar las órdenes reales, como antes dije, no fué menos severo en su cumplimiento, haciendo practicar escrupulosos registros con frecuencia, y por sastrerías, tiendas de ropas y cocheras, y sin que tuviera consideración alguna á los intereses que perjudicaba, descargó toda su justicia sobre obreros, artesanos y fabricantes, que respiraron con satisfacción cuando dejó su cargo, tres años después, en 1725.

Al oír estas palabras, la hermana y los sobrinos del general respiraron con holgura, como si se les hubiera quitado una piedra de sobre el corazón. Su temor de que nuestro cronista hubiese sido oído por el inflexible veterano, carecía de fundamento, y Rafael preguntó con los tonos más sonoros de su voz: ¿Pues qué ha hecho ese gran anfibio? ¿Lo que ha hecho? contestó el general . Voy a decírtelo.

Con la frescura de la noche que caía todo el mundo se halló más a gusto, los de los coches respiraron, sin dejar de saludar a diestro y siniestro, y comenzaron a abrir en las tinieblas sus pupilas de fuego los reverberos de la ciudad, la Farola, y las hachas de cera que encendían algunas mujeres para alumbrar a los carruajes.

Ellos respiraron con satisfacción al verse libres de aquellas miradas profundas y misteriosas. Sólo Rafael Alcántara se atrevió a responder con una chanzoneta: Verdad. El pueblo soberano no anda por aquí muy bien de fisonomía. El director presentó a Salabert los empleados. Los facultativos eran casi todos extranjeros, tipos rubios y sonrosados que nada ofrecían de particular.

Con todo, las mujeres respiraron al salir del sombrío dédalo y ver de nuevo la claridad diurna y sentir el aire fresco que congelaba en su frente las gotas de sudor. Sólo a un punto iba Lucía sola: a la iglesia de San Luis. Al pronto, el edificio agradó muy poco a la leonesa, habituada a la majestad de su soberbia basílica.

Pero cuando ya D. Francisco metía la uña en el huequecillo de la madera, hubo en su espíritu un cambio de intención que debió de ser milagroso... Retirando sus dedos cerró la arqueta. A Rosalía le volvió el alma al cuerpo, y sus pulmones respiraron de nuevo.

Se largaron, pues, no dónde, y las de Pinto respiraron. Segura estoy de que si no llegan a irse, atribuladas y compungidas las de Pinto por una perpetua y abominable obsesión, las tres abandonan el mundo y se meten monjas.