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Respeto a usted demasiado para dirigirme a usted con frases de una admiración y de una galantería triviales. El único homenaje que me atrevo a rendirle, es poner mi destino en sus manos.

Verla y sentir un miedo muy grande, pero muy grande, fue todo uno. «¡Si mi tía lo sabe...!». Pero del miedo salió al instante la reacción de valor, y apretó los puños debajo de la capa, los apretó tanto que le dolieron los dedos. «Si mi tía se opone, que se oponga y que se vaya a los demonios». Nunca, ni aun con el pensamiento, había hablado Maximiliano de doña Lupe con tan poco respeto.

Haced que os ame. ¡Pues qué! ¿no debéis amarme? Debo respetaros como á mi marido; y una prueba de mi respeto son el príncipe don Felipe, y las infantas nuestras hijas. ¡Ah! ¡ah! ¡me respetáis! ¡y os quejáis de que yo tema pasar de esa puerta, cuando en vez de amor que vengo buscando sólo encuentro respeto! ¿Habéis procurado que yo os ame...? Enamorado de vos me habéis visto...

¿Cómo os va, Dorotea? dijo éste sentándose y extendiendo hacia la joven una mano, que ésta estrechó con respeto. Me va muy mal dijo la Dorotea sentándose bruscamente en un taburete á los pies del duque , y esto no puede continuar así. ¿Qué decís, señora?

Pero, ¿y si amaba a otro?... Usted ha confesado que sospechaba su nuevo amor... ¿Por qué había de matarse si amaba a otro? ¿De quién podían venir los obstáculos e impedimentos para su nueva felicidad? De ella misma. ¿Qué quiere usted decir? Sus sentimientos sobre el deber, el respeto, la honradez eran elevadísimos. Si usted sospechaba que quería matarse, ¿cómo no le quitó esa arma?

Poca cosa. Algo así como ocho mil francos. Un modisto de la rue de la Paix empezaba á faltarle al respeto por esta deuda, que sólo databa de tres años, amenazándola con una reclamación judicial.

Sus palabras adquieren así una importancia capital, y todos la escuchan con respeto. Pero si cuando habla sabe tomar aspecto de maza, cuando se calla es todavía más aterradora; su silencio es de plomo. ¿Qué hay de nuevo, señoras? preguntó en cuanto estuvo sentada. Supongo que sabrán ustedes que la doncella de la Courtin deja a su ama... ¿De veras? exclamó la señorita Sarcicourt.

El carcelero le respondió con sumo respeto, pero encogiéndose de hombros, que nada sabía. Encargóle don Juan que procurara informarse, que avisase á su esposa del lugar donde se encontraba, y que procurase ver á don Francisco de Quevedo ó saber de él. El carcelero volvió á la hora de la cena, trayendo una escogida y abundante. Pero lo que le dijo el carcelero le puso en mayor ansiedad.

Su mujer no osaba llevarlo a casa de la señora, por miedo a que ésta se enterase de su situación irregular. Isidro ya no paseaba con los demás asilados; y cuando el albañil le encontraba casualmente, hablábale con respeto, como si presintiera en él a un futuro representante de aquella autoridad que le inspiraba religiosa admiración. Eso marcha, muchacho. Sigue zurrando a los libros.

Es cuestion de patria tambien; seriamos hipócritas si lo negásemos; pero este respeto viene despues, como un hombre está despues de la humanidad, como la narracion de un solo hecho está despues de toda la historia. Tal es el pensamiento con que vamos á tratar esta delicada materia, y declarado así, quedamos tranquilos y con el valor suficiente para decir cuanto nos dicten nuestras convicciones.