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En estas nuevas funciones pasó los ùltimos años de su residencia en Amèrica, hasta que en 1596 se resolvió á regresar á Europa. Al deseo de reunirse

Todo me persigue en la tierra, hasta los seres imaginarios; y maldiciendo de los sabios, resolvió ceñirse á vivir con la gente fina.

Este gran intento se pensó y consideró muy despacio, y últimamente se resolvió emprender obra tan suntuosa y costosa como se ve; y así en setiembre del año de 23 tuvo principio el crucero, que en cien años no se pudo acabar.

Algún tiempo anduvo lampiño, como dicen los arqueólogos que están las estatuas de Paris, a quien amó Elena, y el busto del famoso Antinóo; luego lució bigote a la borgoñona, a semejanza de aquellos galanes españoles del siglo XVII, que fueron regocijo de damas, monjas y villanas; por fin resolvió dejarse barba apuntada, según es fama que la tuvo el duque de Gandía cuando amó a Isabel de Portugal, y bigotes largos, como aquel conde de Villamediana que murió por haber puesto en otra reina los ojos.

Habíase bautizado en San Rafael una doncella de 18 años y se llamaba Isabela, la cual, poco después, se había casado; mas el común enemigo, pesaroso de que se le escapase de sus manos la que antes había sido toda suya, resolvió tentarla cuanto pudo, trayéndola á la memoria su antigua brutal vida.

Bien meditado todo, con la madurez y reflexion que pedian las circunstancias del caso, unió aquel Gefe su dictámen al de los demas, y se resolvió la retirada al Cuzco, que anunciada á las tropas la celebraron con muchas aclamaciones, y despues se supo que viendo se les dilataba esta órden, habian convenido desertarse aquella noche 30 soldados milicianos con 150 indios auxiliares.

No pararon aquí las cosas. Resolvió vengarse de las supuestas ingratitudes y ofensas de su hermano. El mejor medio era reclamarle al punto los catorce mil reales que le debía y sacarle a subasta pública los bienes, en el caso seguro de que no pudiese devolverlos. Esta idea le produjo vivo deleite.

Doña Luz resolvió, pues, ser más cauta y menos expansiva en lo venidero, y no menudear tanto las discusiones filosóficas y teológicas, y las confianzas y el trato con el venerable sobrino del antiguo administrador de su casa.

Tenía por seguro que se negaría, y que, ya sobre aviso, le haría más difícil, casi imposible, el hacer entrar al Comendador hasta donde ella estuviese. Así, pues, se resolvió por la sorpresa. Sabía las costumbres de la casa, sabía las horas de todo, y todo lo dispuso con sencillez y habilidad.

Hubo de saber María Antonia Fernández que D. Manuel Alvarez había terminado tan linda obra y resolvió adquirirla a toda costa para , como lo realizó en efecto, pagándosela bien al escultor, el cual no quiso ni pudo negarse a ello. La Caramba, aunque ya sublimemente enamorada de D. Jacinto, distaba mucho aún de haberse convertido.