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LA CHOUTE. ¡No, señora! No se resignará usted. ¡Y hará bien...! Yo no le concederé un año de juventud, sino diez... ¡Pero le advierto que esto resulta caro...! LA DAMA. ¡No reparo en dinero! LA CHOUTE. Y sepa que ciertos métodos son bastante dolorosos... LA DAMA. ¡Ah! LA CHOUTE. Mire... Para poner tersa la piel, tenemos el tratamiento del doctor Sabio.

Se trataba de un piso entresuelo muy bajo, no habia puerta en los balcones que daban á la calle, uno de los cierros de cristales carecia de pestillo.... ¿Cómo era posible que mi mujer, la más medrosa de las mujeres, se resignara á pegar los ojos en un cuarto, expuesto al antojo del primer transeunte?

Eran la señorita Margarita, apoyada en el brazo del señor de Bevallan, la señorita Helouin y la señora Aubry seguidas de Alain y Mervyn. El ruido que hacían al aproximarse, había sido apagado por el ruido de las cascadas; sólo estaban á dos pasos de , no tuve tiempo para retirarme, fué preciso que me resignara al desagrado de verme sorprendido en mi actitud de pensador melancólico.

Se resignará usted y encontrará dulce y tolerable eso que cree un sacrificio; usted no me conoce, pero créame a que me conozco bien. Yo valgo más como amiga que como amante. Hay en el mundo más de uno y de dos que lo saben bien. Seré un amigo dispuesto a hacer por usted mucho más que esta noche. También espero yo que usted llegará a conocerme.

Maltrana, oyendo estos lamentos de dueña de casa, pensaba nostálgicamente en el pasado. ¡Qué dulce recuerdo el de los paseos por los desmontes inmediatos al Canalillo, el de los descansos en los merenderos de Amaniel, hablando de amor, pasándose las naranjas de boca a boca, contentos del sol que les metía en el alma la alegría de su luz, gozosos de la noche que les protegía con su sombra, dando a sus caricias un nuevo encanto con la sonoridad de los nocturnos ecos!... Todo había huido para siempre; estaba lejos, tan lejos como parecía estar aquella Feli de los buenos tiempos, alegre, risueña y rebosando la admiración, de esta otra, afeada por la maternidad, triste por la miseria, y con gesto de desaliento, como si ya no tuviese fe en el porvenir de su hombre y se resignara a llevar la peor parte, cuidándolo como un niño grande, más por conmiseración maternal que por apasionamiento amoroso.