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Hacía esfuerzos inútiles para entender á la vieja, la cual iba repitiendo las explicaciones que había escuchado, aunque sin comprenderlas mejor que la otra. Lo cierto es que Alberto trabaja en el cinema. Ven con el niño; os espero esta noche. Hizo su invitación con aire de mando. A las ocho la encontrarían en la puerta del cinematógrafo, situado casi en el extremo opuesto de la gran ciudad.

Así pasaba las horas, recordando romanzas de su juventud, casi ignoradas por la generación que había seguido á la suya, ó repitiendo la música que era de moda cuando ella huyó de París. Muchas veces, entusiasmada por estas evocaciones del pasado, sentía la necesidad de unir su voz á la del instrumento.

Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo: Mataré a ese inglés, le mataré. Al volver una esquina creí distinguirle y apresuré el paso. , era él.

Le quedaba el recurso de pedir limosna, pero además del espanto que le causaba, comprendía muy bien que sus días estaban contados. Y muriéndose ella, ¿qué iba a ser de aquella criatura? Meditó un buen espacio con los ojos secos y clavados en el niño, repitiendo de vez en cuando la misma frase: ¡No, no irás al hospicio!

La vista de la navaja daba escalofríos á la señora, la ponía nerviosa, y por eso mismo el socarrón cortaba el tabaco con lentitud y tardaba en guardársela, repitiendo siempre los mismos argumentos del abuelo para explicar su retraso en el pago.

Los individuos de la sociedad católica fundaron un periódico, «La Era Cristiana», que, sea dicho de paso, y repitiendo las palabras del dómine, «es el papel que habla más alto en favor de la cultura villaverdina». Le redactaba don Román, ayudado por el exclaustrado y por Castro Pérez.

El miserable miraba siempre a la monja, repitiendo con admiración: «¡Qué hermosa es! ¡qué hermosa esPor fin, la voz chillona del alcalde vino a sacarle de su éxtasis, tanto más fácilmente cuanto que la monja había abandonado el palco apoyada del brazo de la superiora, y que dos alguaciles habían sujetado la brida de su caballo, a lo que él no opuso resistencia alguna.

Siguió examinándola de lejos, creyendo reconocer el pasado en algunos rasgos de aquella fisonomía ajada, y quedando indeciso ante otros que le resultaban extraños. ¡Pero los ojos!... ¡aquellos ojos!... La mujer volvió á sonreir y á mover levemente la cabeza, repitiendo sus mudas invitaciones.

Siguiendo el precepto de Chateaubriand, he querido hacer una version casi literal, ciñéndome al mismo número de versos del original, adoptando metro análogo por su gravedad, reproduciendo su movimiento, repitiendo sus sonidos por otros aproximados, dando á los pensamientos su concision, y al estilo la noble sencillez que lo caracteriza, procurando así acercarme en cuanto me ha sido posible á la fuente primitiva de que brotó esta sublime poesía. ¡Feliz aquel que consiga inocularla en su lengua materna!

Y así pudiera terminar estas reflexiones con que he entretenido la atención vuestra, repitiendo, aunque para alterarle un tanto su sentido, una frase que se contiene en la epístola de San Pablo a los hebreos: «No tenemos aquí por cierto una residencia duradera, permanente; es una residencia futura, una ciudad futura, la que debemos buscar». «Non habemus hic manentem civitatem 2, sed futuram inquirimus!».