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Don Víctor había salido a los pasillos a fumar y disputar con los pollastres vetustenses que despreciaban el romanticismo y citaban a Dumas y Sardou, repitiendo lo que habían oído en la corte.

Por fin perdió la paciencia, corrió a la calle de Sartine, y encontró a su futuro cuñado lleno de desesperación y de lágrimas. ¿Qué podía decirle, para consolarle, de semejante desgracia? Paseose largo rato en torno suyo, repitiendo sin cesar: ¡Demonio! ¡demonio! ¡demonio! Se hizo referir dos veces el fatal acontecimiento, e intercaló en la conversación algunas sentencias filosóficas.

Tenía buenos directores y ¡quién sabe si llegaría á ser diputado, repitiendo la palabra de Dios, allá en Madrid, donde todos viven olvidados del cielo! Ella y su sobrino se bastaban para volver á Bilbao al buen camino, siempre que no les faltase el consejo de los sabios Padres.

Dios ha descansado el séptimo día cuando hizo el Universo, y quiere que nosotros descansemos también... »Por consiguiente, ya lo sabéis...» Todavía siguió el cura buen rato arrastrando con esfuerzo el carro de la palabra, repitiendo los mismos conceptos, a veces con las mismas palabras, buscando en los nudillos de los dedos, que frotaba suavemente, nuevas ideas y argumentos.

En tanto Fortunata movía la cabeza afirmativamente con insolente dureza, repitiendo: «Soy... soy... soy la...». Pero tan sofocada estaba, que no articuló las últimas palabras. La Delfina bajó los ojos, y dando un tirón se soltó. Quiso decir algo, no pudo.

Los profesores son en su mayoría médicos y abogados que ejercen su carrera, van una hora todos los días a sentarse en la cátedra, repitiendo como un fonógrafo lo que dijeron en años anteriores, y vuelven en seguida a sus enfermos y sus pleitos, sin enterarse de lo que se escribe y se dice por el mundo después que ellos ganaron su puesto.

Fortunata, al oír esto, fijaba sus ojos en el suelo, repitiendo como una máquina aquello de que lo mejor era el desprecio. , despreciarle, repetía el otro, pues era ignominia solicitar su protección. Aunque le dieran lo que le dieran, no era capaz Fortunata de decir ignominia.

Golfín observó el sudor de su frente, el glacial frío de sus manos, la violencia de su pulso; pero lejos de cejar en su idea por causa de esta dolencia física, afirmose más en ella, repitiendo: Vamos, vamos; aquí hace frío. Tomó de la mano a la Nela. El dominio que sobre ella ejercía era ya tan grande, que la muchacha se levantó tras él y dieron juntos algunos pasos.

A pesar de la seguridad con que dijo esto, Ferragut sintió la tentación de gritar: «¡Mentira!...» Luego se quedó contemplando sus ojos audaces, rasgados y negros, fijos en él. Empezó á dudar... Tal vez decía verdad. Otra vez se sintió atraído por el palabreo de la doctora. Hablaba en francés, repitiendo sus elogios á la patria de Ferragut.

Repare usted bien que pronunció palabras muy categóricas y muy graves le dijo en tono de queja . Grabadas están en mi memoria. «Como Dios es mi padre.... ¿no fue así?... como Dios es mi padre, juro que quiero casarme con el viejo». Así fue afirmó Sola, repitiendo aquel eco de su alma ; con el viejo, con el viejo. Es decir, conmigo. Con usted.