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Hay entre esos hombres que viven junto á usted una docena que son los peores y proyectan matarle, no sabemos por orden de quién. Gillespie buscó con su vista los grupos que estaban poco antes en la orilla del mar, y no vió á ninguno. Se habían deslizado hacia el sitio donde hervía el caldero sobre las llamas de una hoguera, para repartirse su contenido, devorándolo.
No se debían comprar ciertas cosas mientras hay quien se muere de hambre... pero así está el mundo. Sí, ya lo veo: una locura como esta representa el bienestar de muchos. Y a veces, la vida de algunos. De modo siguió Paz que Vd. es de esos que dicen que todo debía repartirse entre todos. No, señorita. Hay males que no tienen remedio.
Los prisioneros comparecían ante el «escribano de presas» como testigos del suceso, y se les exigía juramento de verdad «por Alaquivir, el Profeta y su Alcorán, alto el brazo y el dedo índice, mirando su rostro al nacimiento del sol». Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el botín, apartaban un fondo para la compra de sábanas destinadas a convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de las ganancias para que «un sacerdote celebrase misa todos los días mientras ellos estuviesen fuera de la isla».
Cervantes, al repartirse el botín, tocó en suerte al renegado Dali-Mamí, el cual se alegró de que hubiese caído en sus manos un caballero tan distinguido como Cervantes, que llevaba una carta para el rey Felipe II, y con la esperanza de conseguir cuantioso rescate, lo atormentó con malos tratamientos; pero el osado cautivo, en vez de acobardarse, formó el plan de recobrar su libertad y la de sus compañeros, y los animó á escaparse hacia Orán.
Quiso huir; pero se detuvo sobrecogida, porque en la cercana tienda del rey sonaron gritos y juramentos y fuerte choque de armas. Varios hombres salieron de allí luchando, y una voz dijo: «muera el tirano,» y otras exclamaron: «¡han asesinado al rey!» En efecto, así era: el héroe victorioso había sido sacrificado por sus ambiciosos generales, ávidos de repartirse el botín y apoderarse del reino.
El güen camino está cerrao a los probes. El español no sabe qué haser. No queda ya aónde ir. Lo que había en er mundo por repartirse se lo han apropiao los ingleses y otros extranjis. La puerta está cerrá, y los hombres de corazón tenemos que pudrirnos dentro de este corral, oyendo malas palabras porque no nos conformamos con nuestra suerte.
Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo en voz baja el modo de repartirse los turnos, cesó el Cantó en su lastimera poesía, lanzando el último cacareo con voz dolorosa, que parecía desgarrar definitivamente su pobre garganta.
María Valdivieso, que andaba de monos con su prima, procuraba bostezar con fingido disimulo siempre que la miraba esta; la embajadora de Alemania cantó con notable falta de gracia una balada, que calificó la duquesa de ladrido, y a las doce y cuarto, cuando Pedro López, después de tomar el té y encerrar en sus bolsillos provisión de sandwiches suficiente para toda la semana, comenzó a hacer el recuento para la crónica de salones que publicaba La Flor de Lis todos los sábados, sus ojos atónitos pudieron tan sólo contar bajo los artesonados techos el número exiguo de catorce señoras: siete pertenecían a la familia de los pecados capitales y las otras siete podían repartirse entre la de los enemigos del alma: mundo, demonio y carne.
Una verdadera revolución, hijo. Anda en todo esto un forastero, un muchacho al que llaman el Madrileño, que habla de matar a los ricos y repartirse los tesoros de la ciudad. La gente parece loca: todos creen que mañana van a triunfar y que se acaba la miseria.
«Ana decía que acaso estaba loca, pero que aquello no era nuevo en ella; que muchas veces le había sucedido en medio de espectáculos que nada tenían de religiosos, sentir poco a poco el influjo de una piedad consoladora, lágrimas de amor de Dios, esperanza infinita, caridad sin límites y una fe que era una evidencia.... Un día después de dar una peseta a un niño pobre para comprar un globo de goma, como otros que acababan de repartirse otros niños, había tenido que esconder el rostro para que no la viesen llorar; aquel llanto que era al principio muy amargo, después, por gracia de las ideas que habían ido surgiendo en su cerebro, había sido más dulce, y Dios había sido en su alma una voz potente, una mano que acariciaba las asperezas de dentro.... ¿Qué sabía ella?
Palabra del Dia