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Dícenme que del valle de Lecrín bajaste a Granada con intento de acudirme con una banda de jinetes en la jornada a que sin tu ayuda vengo de poner fin. Mas en vez de verte llegar al frente de tus caballeros, te oigo rendido a los pies de una mujer. ¡Fuera ella más hermosa que la que cautivó a Abdalazis, debieras abandonar a tu amigo, a tu hermano, a la gloria, en fin, por tan mezquino objeto!

Cuando lo vi rendido y a treinta con rey, quitéme una liga y púsele una lazada floja en la garganta del pie, atando el cabo con el de la silla, y levantados los manteles, cuando se quiso ir a su posada, no tan presto se alzó del asiento como estaba en el suelo, hechas las muelas y los dientes, y aun deshechas las narices; de manera que, vuelto en otro día y viendo su mal recaudo, de corrido no volvió más a casa.

No, y bien mirado, ¿por qué no había de querer aquella perdida a Bonis... en cuanto buen mozo, y rendido, y sano, y servicial? ¿No le había querido ella también? ¿Sería más una cómica que ella... que iba haciéndose una mujer superior?

La pobrecilla, al ver rendido a sus pies al joven más rico y más apuesto de la villa, dejaba escapar por todos los poros de su lindo rostro ruborizado, el gozo íntimo que le embargaba. ¡Qué sonrisas, qué gestos tan expresivos! Las muchachas de la población la miraban con expresión de burla. Aquellas miradas decían: «Goza, goza un poco, infeliz, que pronto vendrá el desengaño».

Yo hago esto por usted, porque comprendo que en un cuerpo débil no tiene fuerzas el espíritu. Señora, no cómo pagarle tantos favores contestó el mancebo sin mirarla. A las siete de aquella mañana, mientras Lázaro dormía rendido de cansancio, se suscitó una gran cuestión en el comedor, sobre si sería conveniente y disciplinario llamarle para almorzar.

Nada a pesar de mi empeño hubiéramos hecho todavía, si un imprevisto suceso no hubiera reanimado el espíritu reacio de Balarán, atizando su ambición con la ira y los celos y prestándole actividad y arrojo. La bella Urbási, a quien Balarán pretendía y adoraba rendido, desapareció de su magnífica vivienda; fue víctima de misterioso rapto.

Por distinto concepto se fija la atención en otra sentencia que le sugiere el lujo: «Más quieren las mujeres parecer y ser malas, que no pobres.» ¡Las mujeres! Pues ¿y los hombres? ¿Y el autor? ¿No ofrece él mismo materia para dudar de la sinceridad de las declamaciones, entendiendo que, sitiado por hambre, no estaba todavía rendido?

Cuando al día siguiente despertó Magdalena, a quien la intensa emoción sufrida había rendido hasta el extremo de dejarla sumida en un sopor profundo, era ya bien entrada la mañana. Llamó a su doncella y le mandó que abriese las ventanas.

Rendido el fuerte, rendidas las galeras, los enfermos y heridos pasaron por la espada turca ó fueron vendidos en almoneda á las gentes de Trípoli; los baluartes que abrigaron á los defensores, arrasados con la tierra; quedó con ello pujante en la mar la armada turca; las costas de Nápoles y Sicilia sufrieron las consecuencias, tanto en la retirada de Piali como después en las acometidas de Dragut, habiendo formado escuadra de 40 velas, sin que Juan Andrea Doria, con 17 galeras y 7 galeotas, á que fueron á juntarse las de la escuadra de España mandadas por D. Juan de Mendoza, se atreviera á hacerle frente, antes cayeron en manos del corsario ocho de las de la escuadra de Sicilia, tres de ellas del Rey y cinco de particulares, en sorpresas y combates parciales.

Esto último era lo que en el viajero se notaba más. Eran todas sus actitudes y ademanes como de hombre rendido y exánime. Algo había descompuesto y roto en aquel noble mecanismo, algún resorte de esos que al saltar interrumpen las funciones de la vida íntima. Hasta en su vestir percibíase la languidez y desaliento que tan a las claras revelaba la fisonomía.