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Y dice: "volveré yo con comida, Que así con mis amigos lo he ordenado, Aquesta cosa quiero sea sabida, Porque en vernos ninguno sea alterado: Que aquesta tierra toda está rendida A mi diccion, é yo la he sujetado." Con esto Yamandú se suelta en breve, Y con mas brevedad volver se atreve.

Al amanecer se quedó adormitada y rendida a la fatiga del insomnio; pero era tal la agitación de su espíritu que, sacudiendo de súbito aquella falsa soñolencia, se levantó, y sin llamar a nadie, se lavó y peinó, poniéndose en seguida el traje más sencillo de cuantos tenía.

Pero antes de alejarse dos kilómetros de la casa, Venturita se manifestó enteramente rendida. Le era imposible dar un paso más. Se vió precisado a traerla en brazos y a renunciar a su favorito recreo. Doña Paula, que había mirado con hostilidad aquel matrimonio, no habló de ir a ver a los novios hasta después de pasados muchos días.

El maestro Villalpando, por su parte, «había tenido de muchos años muy particular comunicación con una beata, á quien tenía por maestra y rendida la obediencia, á cuya casa acudía muy de ordinario de día y de noche, hasta muy tarde, á las diez y las once, donde lo hallaban cuando lo buscaban para salir á dar los Sacramentos á los enfermos de la parroquia donde era cura, y muchos ratos de la noche estaba con ella sin el menor escrúpulo á oscuras, y entraba en la dicha casa de noche y de madrugada por una puerta falsa con llave que él tenía de ella, y que tenía retratos de la dicha beata, unos pintados, otros de talla, en barro, y los abonaba y encarecía, diciendo que los había hecho por tenerla por mujer muy santa».

Isidora, rendida de cansancio, se sentó en una banqueta. Habiéndole recomendado con frases convencionales, si bien generosas, la resignación y una tranquilidad que era imposible, el Director salió. No se quedó sola la joven en el despacho. En un ángulo de este había una mesa de escribir.

Todo el santo día lo pasaba de casa en casa, llamando a distintas puertas, visitando, charlando, recorriendo todas las partes del coloso desde las cocinas a los palomares; y por las noches, sin haber salido a la calle, llegaba a su choza provisional tan rendida como si hubiera corrido medio Madrid.

Tras de la cólera y la confusión vino el abatimiento, y se sentía tan rendida físicamente como si hubiera estado toda la mañana ocupada en alguna faena penosa. Quitose con pausa los trapitos domingueros que se había empezado a poner, y volvió a llamar a la mona para decirle: «No hagas más que unas sopas de ajo. El señoritingo no vendrá a almorzar, y si viene le acusaré las cuarenta».

La gente de Morsamor estaba cansadísima. Y Urbási, rendida por la fatiga y emociones violentas, necesitaba para reponerse tranquilidad y reposo. En el desierto edificio había muchas estancias separadas y capaces, pero muy pocos y antiguos muebles, rotos o desvencijados. Por dicha, las mulas traían de repuesto cuanto era conveniente para hacer agradable aquella vivienda.

Oigo el roce de las plumas, el ahuecamiento del plumón con el viento fuerte, y hasta el crujido de la minúscula osamenta, rendida de cansancio. Después, nada. La noche, las profundas tinieblas, siguiendo a la escasa claridad del día, que sobre las aguas ha quedado retrasada. De repente advierto un estremecimiento, una especie de molestia nerviosa, como si hubiese alguien detrás de .

Eso no, padre... gritó la altiva castellana . Creerá que soy lo que él me llama.... No, no. Y con más blandura, añadió : Padre, hoy me he portado como buena, pero estoy rendida..., no me pida hoy más. Fáltanme ya las fuerzas.... Piedad, Señor, piedad.