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Sobre la chimenea, un reloj de bronce muy elegante alternaba indignamente con dos perros de porcelana dorados, de malísimo gusto, con las orejas rotas. Las láminas de las paredes estaban torcidas, y una de las cortinas desgarrada; el piso lleno de manchas; la lámpara colgante con el tubo ahumadísimo.

También había correspondencia larga, y lo peor del caso es que yo era el correo de los dos amantes. ¡Aquello me daba una rabia...! Según la consigna, yo salía a la plaza, y allí encontraba, más puntual que un reloj, al señorito Malespina, el cual me daba una esquela para entregarla a mi señorita.

Anoche, prosiguió Basilio haciéndose el sordo, se levantó pidiendo su gallo, su gallo muerto hace tres años, y tuve que presentarle una gallina, y entonces me colmó de bendiciones y me prometió muchos miles... En aquel momento en un reloj dieron tas diez y media. Simoun se estremeció é interrumpió con un gesto al joven.

Entró haciendo saludos de miope y se sentó sin ceremonia en la primera silla que encontró, colocando la chistera sobre sus rodillas, después de mirar y convencerse que no había sitio más apropiado. Ya está usted aquí, señor don Raimundo dijo Jacintito. Hoy estamos a 26 de mayo contestó el viejo secamente. Lo , lo ; ¡Dios nos libre de su buena memoria, de su reloj y de su almanaque!

Lo que se conoce en París con el nombre de pasaje de la Opera es una red de galerías más o menos estrechas, más o menos alumbradas, de muy diversos niveles, que unen el bulevar, y las calles Lepeletier, Drouot y Rossini. Un largo corredor, descubierto en su mayor parte, se extiende, desde la calle Drouot a la calle Lepeletier, normalmente a las galerías del Barómetro y del Reloj.

Al sonar el reloj, levanta el dueño los reales de la chimenea, dice á todo el mundo: «vámonos á dormir,» y entre tanto él sale á un terrado al cual dan varias puertas, y empuja por la parte de afuera para probar si los muchachos han cerrado bien.

He aquí un gran reloj, una gran máquina á vapor que imita exactamente el movimiento de las fuerzas vitales. ¿Es esto un juego de la Naturaleza? ¿O bien debemos creer que existe en esas masas una mezcla de animalidad?

Esta sentencia definitiva que se prometía a sus súplicas, le entreabría el cielo. Toda esa tarde se creyó un Tenorio. Con el último campanazo de las doce, dado por el reloj de San Nicolás, penetraba él sigilosamente a la casa de su amada, y se arrojaba en sus brazos. Un mundo de besos fue el saludo: era mudo, pero expresivo.

Don Luis procuraba no encontrar a los amigos y, si los veía de lejos echaba por otro lado. Así fue llegando poco a poco, sin que le hablasen ni detuviesen, hasta cerca del zaguán de casa de Pepita. El corazón empezó a latirle con violencia, y se paró un instante para serenarse. Miró el reloj: eran cerca de las diez y media. ¡Válgame Dios! dijo , hará cerca de media hora que me estará aguardando.

Señalaba a un emblema pintado en el techo de la botica, en el cual estaban, decorativamente combinados, la serpiente de Esculapio, el reloj de arena del Tiempo, un alambique, una retorta, el busto de Hipócrates y una calavera.