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La comedia religiosa de Tárrega denominada La fundación de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, aunque ofrece aventuras extravagantes, cuales se observan en todos los poetas españoles al tratar de estos asuntos, cuenta muchas bellezas aisladas.

Ella, además, me amaba y me ama, porque ha nacido de mis entrañas y porque es mi sangre y porque recuerda y agradece mis mimos, mi ternura, el esmero con que la he criado, y hasta esa misma elevación moral y religiosa a que he procurado elevarla, quedándome yo tan lejos y tan por bajo de ella.

Su réplica fue característica: comenzó declarándome que, si juzgaba la cuestión desde el punto de vista de la filosofía religiosa, nada tendría que objetarme, porque todo sería inútil.

Pero, á pesar de vivir el pueblo conquistador en medio del país conquistado; á pesar del fraccionamiento de los pequeños estados de la Península que surgían poco á poco, como pequeñas islas en medio de la gran inundación sarracena; á pesar del espíritu caballeresco, de la bizarría y de la tolerancia religiosa de los califas, fueron echados al fin tras de sangrientas y tenaces luchas que formaron la Patria española y crearon la España de los siglos XV y XVI.

Cualquiera que hubiera entrado a la sazón en el circo, no habría creído asistir a una diversión pública, sino a una solemnidad religiosa. ¡Tanto era el silencio! Los dos adversarios se contemplaban recíprocamente. Pepe Vera agitó la mano izquierda.

De los tres adeptos que el Padre Ambrosio tenía, el más adelantado era el hermano Tiburcio, humilde lego, aunque señaladísimo y estimadísimo en el convento por su ferviente piedad religiosa.

Nada de eso respondí riendo. Vaya, vaya, ya se ha callado usted; si no, me levanto y le dejo en poder de la madre, que se encargará de ponerle menos alegrito. ¡No, por Dios! Pues callando. Dígame usted cómo se llamaba antes de ser religiosa. ¿Para qué quiere usted saberlo? De todos modos, no puede llamarme de ese modo, ni yo puedo responderle.

«En vosotros, la fe religiosa de los santos, la esperanza invicta de los creyentes, la caridad perfecta de Cristo, triunfa sobre los príncipes del mundo.» ¿No es admirable de sencillez y de claridad? Nada de autoridad ni potencia política. Fe, esperanza y caridad, esto es, amor gracioso y no debido.

Antes los galanes, cuando no podían comunicarse con sus amadas, las citaban en las iglesias, donde la religiosa oscuridad protegía el trasiego de las cartitas, el apretón de manos u otro desahogo de peor especie, mientras los padres embobados contemplaban las llamaradas del cuadro de Ánimas del Purgatorio.

Pronto volvía la fe, que se afanaba en conservar y hasta fortificar con el terror de quedarse a obscuras y abandonada si la perdía volvía a desmoronar aquella torrecilla del orgulloso racionalismo, retoño impuro que renacía mil veces en aquel espíritu educado lejos de una saludable disciplina religiosa.