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Estaba interesado además por una actriz francesa que había encontrado en el tren al regreso de Rusia. Con un salto de su imaginación, volvió á ver á Alicia lo mismo que años antes. Sólo había cambiado exteriormente. Estaba acostumbrada á manejar los hombres con una mano varonil, á cambiarlos como caballos de relevo. Se pelearían á la segunda entrevista: tal vez acabarían pegándose...

El sol enrojecía los aleros; retirábanse en busca del relevo los guardias de la noche, y en las calles sólo se veían las huertanas cargadas de cestas camino del Mercado. Los panaderos abandonaron al Menut en la puerta de su casa. Vio cómo se alejaban, y aún permaneció un rato inmóvil, con la llave en la cerraja, como si gozara viéndose solo y sin protección.

Aguirre, es claro que el principio de mi demarcacion se dilatará muchos años, creciendo á proporcion los costos, y haciendose preciso entonces que venga otra division jóven á reemplazar esta, que solo por anciana será acreedora á su relevo.

Ese curioso uniforme, que provoca á reir, contrasta con el aire militar y seriote del rechoncho personaje, quien desde lo alto de su trono ambulante se anuncia al llegar á las localidades ó salir de ellas, y en las estaciones de relevo, con los toques agudos de su clarin y los prolongados traqueteos de su foete que producen extraños ecos en las montañas y los bosques de la via.

En una de esas eminencias de la via, miéntras que la diligencia hacia un relevo, vímos pasar algunos jóvenes, modestamente ataviados, que viajaban á pié, cada cual con su maleta sobre la espalda y su baston en la mano.

Tomó en sus manos la misiva; era aquella que Pierrepont le escribió antes de su partida: véanse aquí sus términos: «Antes de abandonar la Francia por mucho tiempo, aun para siempre si lo eliges, te relevo con la mayor sinceridad de la palabra que me has empeñado, rogándote en nombre de tu hija, suplicándote una y mil veces que conserves tu vida.

Soltad, ó grito. Pueden conoceros por la voz. ¡Traen luces y nos verán! Allí hay unas escaleras. Y luego se oyó el ruido de las pisadas de Quevedo hacia un costado de la galería. Luego no se oyó nada, sino los pasos de algunos soldados que iban á hacer el relevo de los centinelas. Uno de ellos llevaba una linterna.

El excelentísimo señor don Agustín de Jáuregui, natural de Navarra y de la familia de los condes de Miranda y de Teba, caballero de la Orden de Santiago y teniente general de los reales ejércitos, desempeñaba la presidencia de Chile cuando Carlos III relevó con él, injusta y desairosamente, el virrey don Manuel Guirior.

A media noche, cuando todos sentían cerrarse sus ojos e iban en busca de las hamacas y petates, verificábase el relevo de la guardia, entrando de cuarto los que habían de velar hasta que rompiese el día, y los pajes gritaban otra vez: Al cuarto, al cuarto, señores marineros de buena parte. Al cuarto, al cuarto en buena hora de la guardia del señor piloto, que ya es hora. Leva, leva, leva.