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¿Habéis visitado otros países? preguntó Roger, á quien aquellos relatos é informes interesaban sobre manera. He estado en Holanda, en Flandes y el Brabante y creo que de esta hecha Tristán tendrá oportunidad de ver no sólo buena parte de Francia, sino también algo y aun algos de la hermosa tierra de España.

Poco sacamos todavía en limpio de los relatos de los conquistadores del Plata y del Paraná, y será necesario un paciente estudio de ellos para ver claro en esa confusion de nombres de tribus, de parages y de patrañas. Sin embargo, qué inmensa importancia tienen las relíquias escondidas en estas vastas tierras, para el conocimiento de la pre-historia americana!

Os aseguro, continuó cuando estuvieron en la ladera opuesta, que los montones de muertos en un campo de batalla no me causan tanta repugnancia como una sola de esas carnicerías del cadalso. Pues á bien que no han faltado atrocidades en las guerras de Francia, según los relatos de nuestros soldados, observó Roger. Cierto es, contestó el barón.

Todo el libro se reducía a una serie de narraciones de aventuras marítimas y terrestres. Mi tía Úrsula se calaba las antiparras y leía con gran detenimiento alguno de estos relatos, y los comentaba. La mayoría eran breves, y estaban redactados en una forma tan amanerada, que yo no me enteraba de su sentido.

De cuantos hechos habían tenido por escenario el mare nostrum, el más famoso para el capitán era la inaudita expedición de los almogávares á Oriente, la epopeya de Roger de Flor, que él conocía desde pequeño por los relatos del poeta Labarta, del Tritón y del pobre secretario de pueblo que soñaba á todas horas con las grandezas pretéritas de la marina de Cataluña.

Tenía llena su imaginación de aventuras y viajes leídos en la biblioteca del abuelo, e igualmente de las hazañas de sus ascendientes celebradas en los relatos de familia. Quería ser marino de guerra, como su padre y como la mayoría de sus abuelos.

Pero esto era un fondo poco interesante para la figura del héroe, y muchos años después de su muerte, ciertos historiadores ganosos de dar emoción trágica a sus relatos, inventaron lo de la sublevación de las tripulaciones que, asustadas, querían retroceder, y la amenaza al Almirante de echarlo al agua si no descubría tierra en el plazo de tres días.

Un hedor de tumba acompañaba la sonrisa de sus labios pintados. Miguel sabía quiénes eran por los relatos de Toledo. El coronel, admirador de las majestades caídas, aceptaba su conversación con melancólica deferencia. Una había sido amante de Víctor Manuel; otra más vieja recordaba entre suspiros los tiempos de Napoleón III y de Morny.

Describía minuciosamente la primera bandera tomada al enemigo, como si fuese un traje de elegancia inédita. Ella la había visto en una ventana del Ministerio de la Guerra. Se enternecía al repetir los relatos de unos fugitivos belgas llegados á su hospital. Eran los únicos enfermos que había podido asistir hasta entonces.

No nos engañarán más...» Pero al poco tiempo, los mismos relatos que los habían enardecido antes del primer viaje volvían a morder con profunda mella sus imaginaciones simples. La América odiosa se transformaba e iluminaba, recobrando los dulces colores de la prístina visión. Tal vez habían huido demasiado pronto; tal vez atribuían injustamente al país culpas que sólo eran de ellos.