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Por ejemplo, un hombre que es jóven no puede ser viejo á un mismo tiempo; pero este mismo hombre puede muy bien ser jóven en un tiempo y ser viejo ó no ser jóven en otro; es así que el principio de contradiccion, como principio puramente lógico, no debe restringir su significado á relaciones de tiempo; luego esta fórmula es del todo contraria al objeto del principio mismo.

Serafina llegó; se presentó en el caserón de los Valcárcel, fue bien recibida por Emma, por Nepo, por Sebastián, por Marta, por todos, y Bonis no tuvo valor para mostrarse esquivo. Lo que no hizo fue oficiar de amante, ni Serafina mostró deseos de reanudar las relaciones, por lo pronto.

Las relaciones de Lope con Marfisa no hubieron de durar mucho, constándonos que ella se casó después de nuevo. Parece que, terminados estos amoríos, entró otra vez en el servicio militar, aunque por poco tiempo.

Si hay entre ellas frutas podridas, no lo están todas, por fortuna, y las hay sanas y agradables de saborear en las relaciones cotidianas... Los pensamientos se agolpaban en mi pobre cerebro y me hacían sufrir.

Así se vieron restablecidas bajo el pie de la antigua intimidad, las relaciones amistosas de estos dos hombres.

Hacía tiempo ya que seguía en relaciones con ella, pero el padre, Jaime Vods, se opuso; de manera que se escaparon e iban a Poker-Flat a casarse, y ¡hételos aquí! ¡Qué fortuna la suya en encontrar un sitio donde acampar en compañía tan agradable!

La verdad de esta clase es la expresion de un hecho particular, contingente; y que por lo mismo no puede encerrar en ni las demás verdades reales, ó sea el mundo de las existencias, ni tampoco las verdades ideales, que solo se refieren á las relaciones necesarias en el mundo de la posibilidad.

»He huido de Colonia porque allí había adquirido algunas relaciones y sin quererlo yo mismo comenzaba a distraerme.

Quería restablecer las cordiales relaciones de otros tiempos; hacerse perdonar todo lo pasado; que ella no le mirase con odio, creyéndolo responsable de la muerte de su hijo. En realidad era la única mujer que le había amado sinceramente, como ella podía amar, sin brusquedades y exageraciones pasionales, con la tranquilidad de una compañera. Las otras no existían.

A esta mesa solía ir Nicolás Rubín, vestido de seglar como los otros, sirviendo de transición entre aquel círculo y el próximo, donde su hermano estaba. Las dos tertulias vecinas vivían en excelentes relaciones, y a veces se entremezclaban los apreciables sujetos que las componían. A la mesa de los presbíteros seguían dos de escritores, periodistas y autores dramáticos.