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Suspendo, por consiguiente, el dar mi aprobación hasta que demuestre en otro artículo que no hay el menor peligro en aprobar las Odas, porque la virtud purificante de la poesía convierte el rejalgar en triaca. En la poesía hay sin duda pasmosa virtud purificante. No quiero yo entenderla con todo, como he oído decir que la entendía Gœthe. Tal modo de entenderla es sobrado egoísta.

La herejía era el rejalgar que, una vez en la entraña, daba al traste con la más firme entereza, y, según él, ya el tósigo estaba en parte sorbido. Valladolid era un foco de luteranos. Salamanca, un seminario de herejes. Los discípulos de Valdés y de Ramus, los secuaces de Erasmo y de Lutero eran asaz numerosos.

El ministro, observando su silencio y su tristeza, le preguntó: ¿Tienes por casualidad fondos en su poder? Por casualidad, no ... ¡por estupidez mía! Tiene en su mano casi toda mi fortuna. ¡Oh diablo, diablo! Se me está haciendo rejalgar en el cuerpo lo que he comido. Creo que me voy a poner mala dijo la viuda poniéndose realmente pálida. Arbós hizo esfuerzos por tranquilizarla.

Si su paternidad me confiara parte de esos realejos que tiene ociosos y criando moho, permita Dios que el piscolabis que he bebido se me vuelva en el buche rejalgar o agua de estanque con sapos y sabandijas, si antes de un año no se los he triplicado. El demonio de la codicia dió un mordisco en el corazón del lego.

Por si me quedaba alguna duda sobre la naturaleza de aquellos síntomas que me supieron a rejalgar entró Facia muy diligente y hasta risueña, con la disculpa de llevarse mi brasero, que ya estaría muriéndose, para «rescoldarle» un poco, y me dijo, mientras se acurrucaba para cogerle por las dos asas: Está nevandu, y va a haber temporal de eyu.

A su llegada tuvo visitas sin cuento, felicitaciones sin número, y hasta serenatas; pero todo ello le supo a rejalgar; porque la quiebra que le había cogido los cuarenta mil del pico, había hecho vacilar a otras casas, con las cuales tenía también la suya no pocas relaciones, resultando de semejante complicación que se vió muy mal para llenar sus compromisos a fin de mes.

Allí hay hermosura y elegancia y trigo por largo, ¡ja, ja, ja!... para tentar las codicias y los buenos gustos de un joven tan distinguido y tan hermoso como mi querido primo carnal... ¡Ja, ja, ja, jaaá!... La canción aquella, por repetida y chabacana, puso colorada a Nieves y supo a rejalgar a su padre.

Ni chistó: endispués de leerla se puso pálida, como amortajá, ¡y le entró un temblor! ¡Me daba una lástima! ¡Y miusté que pa darme a lástima una señorita! La noche... ¡ha tomao más tila! vez que una mujer tié que tomar tila, le debían dar rejalgar a un hombre. Al otro día, es decir, ayer, comenzó a vestirse a las doce: se puso maja de veras. En enaguas... un ángel. Pidió el coche pa las dos.