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¡Oh, reina de las reinas! dijo al verla un joven de aspecto aristocrático por sus maneras y por su traje ; dignáos tomar mi brazo para subir esas endiabladas escaleras del vestuario. Gracias, don Bernardino dijo la Dorotea sonriendo ; pero viene conmigo persona tal, que no cambiaría su brazo por el del rey. Al mismo tiempo Juan Montiño salía de la litera, y Dorotea se asió á su brazo.

Cuando nacían con los oídos del espíritu cerrados a cal y canto para las voces de la belleza, pasaban la existencia en los bosques inmediatos a Madrid, persiguiendo, escopeta en mano, a las reses cornudas y bostezando de fastidio en los descansos de la caza, mientras las reinas se alejaban cogidas del brazo de algún guardia de corps.

-Calla, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que, pues esta señora dueña de tan lueñes tierras viene a buscarme, no debe ser de aquellas que el boticario tenía en su número, cuanto más que ésta es condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas y a emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.

Nunca se oye que algún caballero se alabe de los favores, que le ha concedido su dama; hablan de ellas con tanta veneración y tanto respeto, como si fuesen sus reinas.

Conocía a muchos actores y poetas, músicos y danzantes, pero nunca había hablado con una cómica, dama joven o graciosa, ni siquiera característica, a quienes ella se fingía poco menos que como criaturas extraordinarias, completamente felices, que no tenían tiempo de sufrir ni padecer, perpetuamente ocupadas en ser grandes señoras, reinas y hasta diosas, cuya misión única en el mundo consistía en escuchar frases bonitas y estar preparadas para raptos de esos que, según los casos, terminan en muerte violenta, o boda y perdón de padre bondadoso.

¡Quia! no; yo no he amado nunca; no comprendo para qué se quiere una mujer, como no sea para hacerla mujer madre; como una cosa; para un objeto de utilidad; por eso nunca me he acercado á una mujer, como no haya sido á las reinas que he conocido, y eso en los días de corte para besarlas la mano. Pues por más que hago, no adivino la razón de que hayáis venido á hablarme de vuestro testamento.

Y en nuestras conversaciones, a fin de satisfacer mi curiosidad, tuvo la complacencia de hablarme frecuentemente de las cortes europeas que ella conoce tanto, de sus costumbres y hasta de sus secretos. Así, pues, este pequeño ensayo sobre reyes y reinas está hecho con el auxilio de las reminiscencias de aquellas parlas interesantísimas...

Entre tanto, murió David, subió Salomón al trono, y Abisag quedó en palacio como una de las reinas viudas, aunque en realidad no se podía decir que hubiese sido esposa del Santo Rey. Sabido es, no obstante, que Salomón quería que la tuviesen por tal y que asimismo viviese ella consagrada sólo a la memoria de David, cuyo último suspiro había recogido.

Cuando me recitaba Mistral sus versos en aquella hermosa lengua provenzal, latina en más de sus tres cuartas partes, hablada antiguamente por las reinas y que hoy sólo comprenden los frailes, admiraba yo en mi fuero interno a ese hombre.

A los pies de Lucía, en una banqueta, con los brazos cruzados sobre las rodillas de la niña, ¿quién es la que está sentada, y la mira con largas miradas, que se entran por el alma como reinas hermosas que van a buscar en ella su aposento, y a quedarse en ella; y la deja jugar con su cabeza, cuya cabellera castaña destrenza y revuelve, y alisa luego hacia arriba con mucho cuidado, de modo que se le vea el noble cuello?