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Federico, al volver á casa, le había contado el triste fin del combate, pero con ciertas precauciones, como si temiese la emoción que podía causarle esta noticia. Luego, al atardecer, parecía otro hombre. Rehuyó hablar, contestándola siempre con monosílabos, y por dos veces sorprendió su mirada fija en ella con una expresión que nunca había conocido.

Después hubo de todo: súplicas, amenazas, lloros; pero ella se mantenía inflexible, con una sonrisa que daba miedo, negándose a continuar los amoríos. ¡Ah, las mujeres!... , hijo mío decía Fermín. Unas arrastrás. Aunque se trate de mi hermana, no hago excepción. Por eso tomo yo de ellas lo que necesito y rehuyo el trato... ¿Pero qué excusa te daba Mariquita?...

Decir aqueste cuento procurando La mano está temblando, y lo rehuyo; Por ser la cosa horrible y espantosa, Y en todo el Paraná maravillosa. Por aquí el Paraná dos leguas tiene, Y peñascos y sierras hasta el cielo: Y al pié de una gran legua de aquí viene Con impetu furioso y crudo vuelo.

M. Murguía, en el número del 15 del corriente de La Voz de Galicia, periódico de la Coruña, ha insertado contra un apasionado escrito en defensa de las letras gallegas, que supone que yo menosprecio. Me desagradan las polémicas y las rehuyo siempre que puedo. No voy, pues, á entablar polémica con el Sr. Murguía.

La fuerza me arrolló, sentíme herido, pero seguí a la patria hasta el Calvario. En pró del bien no rehuyó el holocausto, ni desertó del culto al patriotismo. Yo amo tanto a mi patria pueblo infausto que la erijo en altar mi pecho mismo. ¡No soy vil...! Yo odio la careta fea con que oculta su crimen el malvado. Que me diseque el corazón y vea si lo tengo corrupto o inmaculado.

Bien lo echó de ver enseguida y rehuyó enamorarse de los que, por pasatiempo o galantería, la festejaban. No era tipo acabado de belleza; faltábale gallardía en la figura, amplitud de formas, color en las mejillas.

¿Y qué es lo que le trae á usted por Entralgo con este calor, D. Casiano? preguntó el capitán cuando hubieron bebido el primer vaso. ¡Qué diablo! ¡qué diablo!... ¡Vaya con D. Félix! ¡Y qué bueno está! No pasan días ni años por él. Pronunciando estas palabras, quiso de nuevo abrazarle; pero D. Félix, que empezaba á sentirse vagamente inquieto, rehuyó el abrazo. Ambos estaban en pie.

»Luego me arrepiento pensando que acaso el que escribió ese libro es un buen hombre que tiene seis hijos y que trabaja todo el día en una oficina. Y resulta que al mal humor que tenía antes se añade este otro. Y, por eso, yo rehuyo cuanto puedo el escribir acerca de los libros que tengo sobre la mesa y digo que todos son admirables, aunque no los haya leído.