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Los gorriones, los jilgueros, las golondrinas y otras cien especies de pintados y alegres pajarillos salen a la campiña con el alba, a coger semillas, cigarrones y otros bichos con que alimentarse; pero todos anidan en el término de Villalegre, y vuelven a él, después de sus excursiones, para guarecerse en sus cotos y umbrías, para beber en sus cristalinos arroyos y acequias, y para regocijar aquel oasis con sus chirridos, trinos y gorjeos.

La rapidez con que los habitantes de Oblita pasan de una extremada y jactanciosa confianza al abatimiento y a la consternación; los medios ridículos que inventan y a que acuden para combatir a los enemigos, como por ejemplo el fulminario, con el cual suponen que echarán a pique toda la escuadra de Watson; el gracioso combate en que toman parte los valerosos habitantes de Oblita contra la mencionada escuadra, que por un prodigio de imaginación han traído de América hasta las playas que están cerca de su ciudad; el belicoso ardor del padre cura y los arrestos magnánimos del linajudo hidalgo D. César Paniagua, todo tiene chiste y todo hace reír, pero con lo que vulgarmente se llama risa de conejo, que en vez de regocijar, lastima y duele.

El sosiego de algunas calles a las horas de más calor, el melancólico alarido de los que pregonan horchatas y limonadas, el paso tardo de los caballos jadeantes, las puertas de las tiendas encapuchadas con luengos toldos, más son para abatir que para regocijar el ánimo de quien también siente en su epidermis el efecto de una alta temperatura y en su espíritu la nostalgia de las playas.

Juntas, no tienen más fin que el de presentar un estado de alma; separadas, no tienen más objeto que regocijar al lector ó hacerle sentir la angustia de lo histórico....

El lecho de Celinina, con la tierna persona agobiada en él por la fiebre y los dolores, no se apartaba de su imaginación. Atento á lo que pudiera contribuir á regocijar el espíritu de la niña, todas las noches, cuando regresaba á la casa, le traía algún regalito de Pascua, variando siempre de objeto y especie, pero prescindiendo siempre de toda golosina.

Los viajeros fueron acogidos en la plaza con inmensa gritería. Todo peñasco en uso de sus extremidades abdominales salió del domicilio en aquella sazón, para regocijar la vista con el espectáculo de la bella comitiva. El obispo era un hombre alto, gordo, con el pelo blanco y la faz redonda, de luna llena, adornada de gafas. El gobernador un hombrecillo enteco, pálido, de ojos hundidos.