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La prueba de su riqueza era el espléndido regalo que enviara últimamente a su novia... La bombonera que mencionó don Mariano Vázquez se había convertido, para aquellas imaginaciones meridionales, en un cofre artístico lleno de piedras preciosas; perlas, diamantes, rubíes, zafiros... ¿Quién podía hacer semejantes obsequios en el Tandil?... ¡Esas mujeres! ¡Bien las conocería Mefistófeles cuando aconsejó a Fausto que regalara aquellas magníficas joyas a la pequeña y modesta Margarita!

Las casullas que se habían de hacer de él las regalará por separado, y el vestido quedará para la Virgen del Amor Hermoso. ¡Es que yo no he visto criatura más linda!... ¡Parece un ángel! La carroza seguía su carrera majestuosa, y la joven sonreía dulcemente a la muchedumbre.

Se convino, por último, en que, á pesar de la gravedad de la situación, no era ninguna salida de tono, ni tenía una inoportunidad cómica ó censurable, que el P. Jacinto llevase á Clarita la corza y se la regalara. Al volver aquella noche á la ciudad, el Comendador tuvo que sufrir un ínterrogatorio en regla de su sobrina, que era la muchacha más curiosa y preguntona de toda la comarca.

Ignorábase aún que en la caverna de una muela se puede esconder una California de oro, y que con el marfil se fabricarían mandíbulas que nada tendrían que envidiar a las que Dios nos regalara. ¿Saben ustedes a quién debía la limeña la blancura de sus dientes? Al raicero.

¡Por indicación tuya!... ¡pero no le digas que se trata de mi cumpleaños, porque lo pondrías en el compromiso de regalarme algo y no sea el diablo que me regalara... la «Pampita»! ¡No seas bárbaro!... Bueno: ¿voy? Como te parezca... lo que es por ... Convenido; ¿me hará preparar caballo, Baldomero? ¿Cómo no, señor, si usted dispone? ¿Y me acompañará Juancito?

Llaméle a poco rato; le enteré de lo convenido con Tona y su madre; hizo dos zapatetas y se dio dos puñadas en los carrillos; le encarecí la obligación en que estaba de ser más prudente que nunca en lo tocante a su noviazgo, si quería que no se le cerraran las puertas de la casa y le regalara yo en su día el ajuar de la suya; y se fue dando zancadas, riéndose solo y tapándose la boca con las manos en señal de acatamiento a mis recomendaciones, después de pedirme permiso, que le di, para recabar de Tona y de su madre la confirmación verbal de lo acordado conmigo... y para «entrar en la casa» todas las noches, y «si a mano venía», para hablar con la mozona alguna que otra vez con los debidos respetos.

En cambio, te dirá que en su corazón hay una idolatría constante que la deja llevar con resignación las penas de la tierra: Dios y la Virgen. Te regalará una crucecita, una estampa o una medalla, para que las lleves como una protección contra la desdicha y contra la tentación del pecado. Pero una noche, por incidencia casual, has quedado solo con ella en el comedor.