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Los caseros de las cercanías llamábanla Gorriya, esto es, «la roja». Al hermano portero no le era, sin embargo, desconocida la dama, y saludóla también a su paso con mucha atención y deferencia. La beata, con redoblada curiosidad, tornó a preguntar asimismo el nombre de esta. La condesa de Albornoz replicó secamente el portero.

En fuerza de imaginar luctuosas peripecias, el pecho se le colmaba de impulsos vehementes, a manera de necesidad perentoria de acción, y acción cruel. Era menester que se libertase de aquellas ansias agresivas, que cada día le hostigaban con redoblada tenacidad, o, de lo contrario, perdería en una mala hora la cabeza y haría una barbaridad.

Ferpierre continuaba con redoblada curiosidad la lectura de las memorias, en busca de lo que más urgía. Después de las rápidas alusiones a la catástrofe, el magistrado no encontró más que descripciones de países. La joven viuda llevaba su luto de lugar en lugar, por el Rhin, en Holanda, en Escocia, y sólo en este último país tenían fecha las memorias.

Fuimos bordeando algunas rocas de la entrada de la cueva: extraños y fantásticos centinelas. Recalde, en el fondo mucho más supersticioso que yo, no quería mirar. Cuando le insté para que contemplara el interior de la gruta, me dijo rudamente: ¡Déjame! Yo, al ver aquella decoración, comencé a perder el miedo. Miraba con una curiosidad redoblada.

Dijo esto con voz sorda, entrecortada, y jamás una palabra suya de mando obtuvo un eco más ruidoso. «¡Un espía!...» El grito hizo surgir hombres como si los vomitase la tierra; saltó de boca en boca, repitiéndose hasta lo infinito, conmoviendo los muelles y los buques, vibrando hasta más allá de lo que podía alcanzar la mirada, penetrando en todas partes con la difusión y la rapidez de las ondas sonoras. «¡Un espía!...» Corrían los hombres con redoblada agilidad; los cargadores abandonaban sus fardos para unirse á la persecución; saltaba gente de los vapores para colaborar en la humana cacería.

Los otros remedios produjeron el mismo efecto y, siempre tras un corto alivio, el dolor volvía a empezar con redoblada fuerza. Durante los escasos momentos de tregua, Ben-Tovit procuraba olvidarlo completamente, poniendo el pensamiento en su nuevo asno; pero cuando se hacía sentir otra vez, empezaba a gemir, a insultar a su mujer y a decir que se iba a romper la cabeza contra la pared.