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Al dar el primer paso en el camino de Trembles tuve como un recrudecimiento de recuerdos que hizo más acerbo aquel dolor, pero menos tirante. Hacía mucho frío. La tierra estaba dura, la noche casi había cerrado, de modo que la línea de las costas y el mar formaban un solo horizonte compacto y casi negro. Un postrer residuo de luz rojiza se extinguía poco a poco y palidecía de minuto en minuto.

Del otro Francia, tierra de gloriosos recuerdos, pero algo versátil; infinitamente simpática, apesar de sus graves defectos; país clásico de la ciencia y el arte, de la literatura y las heroicas hazañas, de la omnipotencia social que suprime al individuo. En Inglaterra dejaba la libertad sin la igualdad. En Francia iba á encontrar la igualdad sin la libertad....

Ya no tenía una mujer á su lado como prolongación inevitable; vivía entre hombres... Y apreció la castidad como un placer que se le ofrecía con todos los encantos de lo nuevo. La segunda noche, en la estrecha y maloliente cámara del patrón, se sintió desvelado por los recuerdos, que volvían á retoñar. ¡Oh, Freya!... ¡Cuándo la vería otra vez!...

Jerusalen del poema oscuro de mi juventud, la dejaba entre sus colinas y sus bosques como un santuario de recuerdos venerables. La madre recibia el adios del hijo viajero: mi pensamiento la comprendía mejor que nunca! Dejar la tierra natal ¡este solo hecho entraña un drama entero para el corazón!

Azorín dice respirando holgadamente , ¡qué gratos recuerdos guardo yo del teatro! ¡Qué cosas podría yo contarle a usted! ¿Usted no ha conocido a Pepe Ortiz? No; usted no ha conocido a Pepe Ortiz. Era un actor excelente. Esta cadena la llevó él una semana. Mírela usted; tóquela usted. El viejo, con un gesto rápido, se quita la cadena.

Ella no podía separarse del que amaba, y tampoco quería mentir: ella tenía corazón. El doctor interrumpió á su primo, que se complacía con doloroso deleite en detallar los recuerdos de aquella noche. ¿Pero, y el niño? ¿Y el hijo del amor? preguntó con cierta ironía. Sánchez Morueta miró al médico con unos ojos que pedían piedad.

Una y otro evocaron recuerdos de la tierra andaluza en que habían nacido, resucitando familias, personas y sucesos; y charla que te charla, Doña Francisca salió por el registro de su sueño, aunque se guardó bien de contárselo al paisano. «Dígame, Ponte: ¿qué ha sido de D. Pedro José García de los Antrines?». Después de un penoso espurgo en los obscuros cartapacios de su memoria, respondió Frasquito que el D. Pedro se había muerto el año de la Revolución.

La reserva misma de mis respuestas, despertó la curiosidad de la señora de Laroque, que me oprimía á preguntas, y que se dignó muy luego comunicarme ella misma, sus impresiones, sus recuerdos y sus entusiasmos de viaje.

Tal vez había dejado en su país los recuerdos de un amor desgraciado. Muchas noches, el florentino, tendido en la cama de su alojamiento, escuchaba á Robledo, que hacía gemir dulcemente su guitarra, entonando entre dientes canciones amorosas del lejano país. Terminados los estudios, se habían dicho adiós con la esperanza de encontrarse al año siguiente; pero no se vieron más.

Recuerdos de Mariskoff, y todos los de esta Embajada, y también del condesito Arturo, el Zizí de la legación española, en fin, de todos; y yo, muy afectuosamente, le envío el testimonio de mi amistad. »P.S. En cuanto a la viuda y familia de Ti-Chin-Fú hubo un engaño; el astrólogo del templo de Jagua se equivocó en su interpretación sideral; no es realmente en Tien-Hó donde reside esa familia.