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Las interminables recuas de mulas, al acarrear del interior á los puertos las cargas de salitre, parecían acordarse melancólicamente de los campos donde habían nacido, con árboles, hierbas y arroyos.

Pasaban incesantemente camiones obscuros guiados por soldados, automóviles llenos de oficiales, recuas de mulas procedentes de España que iban á ser embarcadas para Oriente, y esparcían detrás de su vivo trote un olor punzante y bravío de cuadra. El puerto viejo atraía á Ferragut por su antigüedad, casi tan remota como las primeras navegaciones mediterráneas.

En las épocas de feria animábase con la presencia de rancios hidalgos venidos del virreinato del Perú o del reino de Chile para comprar ganado de tiro; hacendados de la tierra baja llegados de las orillas del Plata para vender sus recuas de mulas, y de algún que otro asentista de negros de Buenos Aires que arreaba una partida de esclavos africanos con destino a las minas del Potosí.

La puerta de Triana, que era la más inmediata para dar acceso al puente de barcas y al populoso barrio de la margen derecha del Guadalquivir, era punto de gran tránsito, y por ella se veían casi siempre grupos de viajeros, recuas de los trajinantes, coches de camino, etc., etc.

La Pacha-Mama y el Tata-Coquena eran arrieros. ¿Qué otra cosa podían ser, poseyendo tantas riquezas?... Los que les veían no alcanzaban á contar todas las recuas de llamas, enormes como elefantes, que marchaban detrás de ellos.

El padre de Rosalindo se había encontrado algunas veces con la Pacha-Mama en tardes de tempestad, describiendo á su hijo cómo eran la diosa y su consorte, así como el lucido y majestuoso aspecto de sus recuas. Pero siempre le ocurría este encuentro después de un largo alto en el camino, en unión de otros arrieros, que había sido celebrado con fraternales libaciones.

Yo, únicamente, que he pasado por las dos épocas, comprendo cuánta verdad encierra lo que le estoy diciendo: para que usted lo comprendiera del mismo modo, sería preciso que tocase y palpase aquello cuyo recuerdo le merece tan desdeñosa compasión; es decir, que junto á este Santander de cuarenta mil almas, con su ferrocarril, con sus monumentales muelles, con su ostentoso caserío, con sus cafés, casinos, paseos, salones, periódicos, fondas y bazares de modas, surgiese de pronto la vieja colonia de pescadores, con sus diez mil habitantes y seis casas de comercio provistas de Castilla por medio de recuas, ó de carros de violín; la vieja Santander sin muelles, sin teatro, sin paseos, sin otro periódico propio ó extraño que la Gaceta del Gobierno, recibida cada tres días.

Pero esto de los hoyos, con ser muchos y grandes era lo de menos, pues con el constante tráfago de las recuas de los arrieros, de los caballos de los soldados y de los vehículos tirados por bestias, ó con las paradas que tantos animales hacían en aquel lugar, el más céntrico de la población, por tal escogido como sitio en que sus dueños hacían sus tratos ó ventilaban sus asuntos; ya los espectadores de tan animado cuadro podrían recrear su olfato con el olor de ámbar y algalía que exhalaban los perennes montículos de estiercol, repartido por todos los puntos de la plaza.

Semejantes en todo a las simples imaginaciones humanas que los crearon, estos dioses son arrieros también y llevan tras de ellos recuas silenciosas de llamas cargadas con ricos fardos de coca, la ambrosía del paladar indiano.

Si alguna vez iba don Isidro al Norte de la República, no tenía más que preguntar: el último arriero de los que pasan a Chile recuas de mulas por la Cordillera le daría razón.