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Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí, olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus antiguas ansias de mirtos y de rosas. Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente, imagina a su alrededor, una más santa fragancia de pensamientos, una fragancia de romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero y al de los bellos y rígidos pensamientos.

En vez de decirle: «Porque yo la adoro a usted, y sería para una horrible desgracia esa renovación que me arranca toda esperanza de ser algún día amado por usted», comencé a balbucir como un doctrino, concluyendo por decir una sarta de necedades que sólo al recordarlas me pongo colorado.

Pertenecen estas dos leyes al órden político, aunque el carácter de la una mas parece á primera vista religioso, y el de la otra de mera policía y buen gobierno; y cumple recordarlas aquí porque, aunque ominosas á nuestra cristiana, ellas contribuyeron poderosamente á cimentar el poder islamita en España, á fomentar el espíritu de proselitismo sin el cual la nacionalidad mahometana no puede existir, á hacer la monarquía musulmana una y compacta, y prepararon finalmente las vias al tremendo aluvion de conquistas con que cubrió despues los aniquilados restos de la España cristiana el impetuoso Almanzor. «Todo hijo de padre ó madre mahometano, será mahometano tambien, so pena de muertedecia la una ; la otra venia á ser una mera confirmacion de un artículo del fuero otorgado por Alboacem: «El que dijere mal de Mahoma ó de su Ley, sea muertoCon esta draconiana sencillez consignaba Abde-r-rahman el victorioso su celo por el completo triunfo del Islamismo y su obsequio á la alta razon de Estado.

Motivos tengo para recordarlas desde que las , no hace tres días, en las justas del Garona. ¡Ah, señor León de Morel, tengo contraída con vos una deuda! y al decir esto señaló su hombro derecho, vendado con un pañuelo de seda. Pero la sorpresa del desconocido al ver al barón no pudo compararse con la de éste.

¿Pues qué le ha pasado? continuó Clara, que se había puesto pálida y temblorosa. Que está preso en la cárcel, y bien merecido. ¿Pues qué ha hecho? Alborotar por esas calles y hablar en los clubs una serie de cosas tan pérfidas ó infernales, que horroriza el recordarlas. Anoche nos contó don Elías todo lo que ese desalmado joven ha hecho, y pasé un mal rato.

En este punto se detuvo la hermosa indiana, y dijo a Miguel de Cervantes: Perdonadme, señor mío, si aquí suspendo la relación de las desdichas de mi familia, que con mis propias desdichas se han continuado, que el corazón me va doliendo, más de lo que resistir al dolor puedo, al recordarlas, y harto tiempo tenemos para que yo fin y remate al cuento de mis desventuras; y porque estoy más de lo que puedo sufrirlo fatigada, y de todo punto me es necesario el reposo, yo os ruego me deis licencia para llamar a mi doncella Florela, a fin de que os lleve adonde podáis acabar de pasar la noche seguro, que mañana sabremos lo que haya de vuestro negocio, y si estáis en peligro o no lo estáis, y lo que en todo caso haya necesidad de hacer.

Quisiéramos recordarlas; mas brota aun sangre de tus heridas, desventurada Córdoba, y tememos acibarar con negros recuerdos tus inmensos males. ¡Paz, Córdoba, paz! perdona si hemos venido quizás á interrumpir tu sueño con tan lúgubre historia. Tenia ya tanto interes para nosotros lo pasado de esta ciudad de Córdoba, que sentíamos ir apurando los grandiosos hechos que lo constituían.

Y, sin embargo, además de que se aquieta y satisface la curiosidad con saber las cosas antiguas, el recordarlas ó el saberlas mejor, cuando nos las explica un varón docto y discreto, nos sugiere multitud de pensamientos y nos excita á proponer, ya que no á resolver, dudas, enigmas y problemas que tienen aplicación inmediata á las cosas de ahora.

Es que en cuanto estoy algún tiempo cerca de ti, de ti que nadie ha manchado, de ti en quien nadie ha puesto los labios impuros, de ti en quien mido yo como la carne de todas mis ideas y como una almohada de estrellas donde reclino, cuando nadie me ve, la cabeza cansada, estas cosas extrañas, Lucía, me vienen a los labios tan naturalmente que lo falso sería no recordarlas.

Salimos, después de haber oído un enojoso sermón, que ellos celebraron como obra maestra; paseamos de nuevo; continuó la charla más vivamente, porque se nos unieron unas damas vestidas por el mismo estilo, y entre todos se armó tan ruidosa algazara de galanterías, frases y sutilezas, mezcladas con algún verso insulso, que no puedo recordarlas.