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El otro acto impolítico cometido por el General Otis, fue la publicación de la Proclama del 4 de Enero, estableciendo á nombre del Presidente Mr. Mac-Kinley la Soberanía de América en estas islas, con amenazas de ruina, muerte y desolación á todo el que no la reconociera.

Para que transcribiera semejantes palabras, cada una de las cuales debía ofenderla como un insulto y espantarla como una blasfemia; para que reconociera que Zakunine tenía razón, era preciso que la infeliz se condenara sin ninguna excusa, que se juzgase perdida sin la menor esperanza.

Por más que Isidora reconociera la importancia moral de aquella casa, no podía remediar que le fueran antipáticos el establecimiento, la tienda, llena de feísimos objetos, la trastienda donde trabajaban Rafael y sus oficiales, y la vivienda toda, honrada, virtuosísima, modelo de dignidad, de laboriosidad y de cristianismo, pero impregnada de un cierto olor de badana cruda, con malas luces y ruidos de taller.

Desde el principio de la estación, Max Platel se mostraba muy solícito con ella; la joven estaba envanecida, pues el novelista a un exterior atrayente reunía una reputación lisonjera, y la circunstancia de que se le reconociera talento, aumentaba el mérito de sus atenciones. Y nuestro amigo Huberto Martholl ¿cómo es que no se encuentra ya aquí? preguntó Diana.

Esto se comprueba con el diario de Villarino del reconocimiento del Rio Negro, en que refiere el viage que acababan de hacer á las inmediaciones de aquel rio los expresados indios. Si el ingles reconociera y se apoderára de este golfo, tendria entrada por él para Valdivia y otros pueblos del reyno del Perú, y le seria fácil establecerse sin noticia nuestra.

Los sujetos respondieron concordes que D. Jaime era un varón discreta y altamente morigerado; que no tenía ni había tenido relaciones que le comprometiesen; que no jugaba, o que si jugaba, no perdía; y, en cuanto a los hijos, que lo único que podían asegurar es que no habría ninguno que pidiese a don Jaime que le reconociera por tal, dándole su nombre, pues ya ellos, si existían, tendrían el suyo cada uno.

Tenía por el campo una pasión tan sincera, aunque contenida en la forma, que le llenaba de voluntarias ilusiones y le impulsaba a perdonar muchas cosas a los aldeanos aunque les reconociera ignorantes y cargados de defectos y aun de vicios. Vivía en perenne contacto con ellos, pero no compartía ni sus costumbres, ni sus gustos ni uno solo de sus prejuicios.

No faltó quien reconociera entre los condenados a un cerero de Orgaz que creía ser San Juan Bautista en persona y predicaba una nueva doctrina por los pueblos. El pobre hombre, deteniéndose por instantes, alzaba la mano y figuraba el gesto del Precursor en el Jordán.

No había miedo que en tal guisa le reconociera nadie. ¿Y adónde iba?

Pidieron su mano para un joven desterrado que, mediante ciertas eventualidades, podía ser llamado a subir sobre un trono, pequeño, es verdad, pero que, sin embargo, era un trono. Pidieron su mano para un joven Duque, que haría una gran figura en la Corte, cuando la Francia, y esto era inevitable, reconociera sus errores y se inclinara ante sus legítimos señores.