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Por eso, antes de pasar más adelante, me es preciso pintar aquí á lo vivo el genio y natural de esta gente, para reconocerle siempre el mismo, porque se transforman en tan diversos y contrarios semblantes, que de otra suerte sería imposible el conocerlos.

No había visto a Isidro en mucho tiempo, y al reconocerle en la puerta de la Facultad de Medicina, le echó los brazos al cuello, riendo de su facha miserable. Eso de la literatura debe de ir mal dijo . ¿Necesitas algo de mi? Pide lo que quieras, menos dinero. Ya ves: doctor, profesor clínico, y tengo mil quinientas pesetas al año... con descuento. Menos que los que barren los ministerios.

¡Vaya por Dios! ¡vaya por Dios! murmuró el caballero con acento que distaba mucho de sonar como el grito de triunfo del vencedor satisfecho. Le pasó la mano suavemente por el lomo y quiso reconocerle la herida; pero el pobre animal lanzaba mayidos cada vez más dolorosos. ¡Qué diablo! ¡qué diablo! profirió en el colmo del disgusto.

D. Diego y yo, que habíamos permanecido observando aquel espectáculo sin ser vistos, quisimos entrar; pero vimos que Inés se apartó vivamente de la reja, y en el mismo instante pasó por la calle una figura, una sombra, en quien reconocimos a lord Gray. Apenas habíamos tenido tiempo de reconocerle, cuando un objeto, entrando por la reja, vino a caer en medio de la sala.

Jacobo sencillo, dulce, un poco grave, y tan diferente de si mismo que era imposible reconocerle, se complacía en hablar con miss Harvey que le pedía interminablemente el relato de sus aventuras y de sus miserias. El joven confesaba sus errores, sus locuras y sus faltas y describía los sufrimientos de su vida con una humildad y una emoción, que conmovían profundamente á la americana.

Se oyeron pasos, la puerta se abrió y el vigilante dijo. Entre usted. Aquí está el extranjero que tiene autorización para verle. Tragomer se volvió. Quería que Jacobo no pudiera reconocerle al entrar. No sabía si el vigilante les dejaría solos y temía que un grito, un ademán, una palabra, redujesen á la nada toda su combinación. El vigilante se acercó á él: Milord, aquí está el personaje.

Y se encontró de pronto en una sala grande, que a él le pareció inmensa, blanca y con azulejos, y vio muchas camas, ¡muchas! con cabezas inmóviles hundidas en las almohadas, y en una de ellas un rostro entrapajado, casi oculto bajo el cruzamiento de los vendajes, unos bigotes con negros coágulos de sangre y unos ojos vidriosos por el espasmo del dolor, que le miraron tal vez sin reconocerle.

Pero sabía el usurero escoger su presa, y cuando el pez cogido en la malla era pequeño o no prometía nada de , sin piedad arrojábalo a la corriente; el joven Vargas, no hay que decirle, era un miserable pececillo, pura escama y pura espina, a pesar de sus colores brillantes y sus aires pretenciosos; reconocerle y echarle al agua de cabeza, fué todo uno.

Llegó el médico a toda prisa, llamado poco antes, y al saber la caída de por la mañana y después de reconocerle, hizo un siniestro pronóstico: aquello era un ataque cerebral, efecto de la caída, y si volvía en del primero, no tardaría en sucumbir al segundo. Las damas, muy sobrecogidas, no se atrevían a salir del cuarto y mucho menos a ver al enfermo.

El juez de los mozárabes que servia de intérprete á Ordoño, cuando Al-hakem rompió el silencio dando al destronado la bien venida, espuso en términos comedidos y con reiteradas protestas de sumision y obediencia, el objeto de la venida del príncipe cristiano: solicitó para él y su pueblo la poderosa proteccion del califa, obligándose á reconocerle siempre como su señor feudal si le ayudaba á recuperar el trono, y finalmente para encarecer lo mucho que confiaba en su poder y justicia, rogóle que constituido en árbitro de las diferencias de entrambos primos, decidiese á cuál de los dos correspondia en buena ley la corona.