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Entre éstos distinguió Martín los dos jacos en cuyos lomos fueron desde Zumaya hasta Estella. El coche, un landó viejo y destartalado, tenía un cristal y uno de los faroles atado con una cuerda. Bajó las escaleras Martín embozado en la capa, abrió la portezuela del coche, y dijo a Bautista: Al convento de Recoletas. Bautista, sin replicar, se dirigió hacia el sitio indicado.

Yo no me ocupo más que del matrimonio de mi querido hijo, que se efectuará en breve, y de completar la educación religiosa de mi hija señaló a Asunción que debe entrar muy pronto en un convento de Recoletas, siguiendo su decidida e inquebrantable inclinación. Ocupaciones son estas que llenan alegremente mi cansada vida, y a las que me consagro con el mayor celo.

¿Cómo los dos? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Yo? Nada. ¿ sabes algo? No, hombre, no. O me lo dices, o se lo pregunto al mismo Carlos Ohando. ¿Es que está aquí Catalina? , está aquí. ¿De veras? . ¿En dónde? En el convento de Recoletas. ¡Encerrada! ¿Y cómo lo sabes ? Porque la he visto. ¡Qué suerte! ¿La has visto? . La he visto y la he hablado. ¡Y eso querías ocultarme!

¿No usted que soy oficial? preguntó Martín. No importa replicó el viejo . ¿Quién va adentro? Dos madres recoletas que marchan a Logroño. ¿No saben ustedes que en Viana están los liberales? preguntó el viejo. No importa, pasaremos. Vamos a ver a esas señoras murmuró el vejete. ¡Eh, Bautista! Ten cuidado dijo Martín en vasco. Descendió Urbide del pescante y tras él saltó el demandadero.

Los chicos de la calle la miraban como el hombre que besaba a doña Camila; la cogían por un brazo y querían llevársela no sabía a dónde. No volvió a salir sin el aya. A Germán no había vuelto a verle. He escrito a tu papá diciéndole lo que eres. En cuanto cumplas los once años, irás a un colegio de Recoletas.

Recorrió el coche la calle Mayor, atravesó el puente del Azucarero, la calle de San Nicolás, y tomó por la carretera de Logroño. Al salir del pueblo, una patrulla carlista se acercó al coche. Alguien abrió la portezuela y la volvió a cerrar en seguida. Va la madre superiora de las Recoletas a visitar a un enfermo dijo el demandadero con voz gangosa.

Las plantas aman unas la vida libre y sacudida; otras el trato político y medido; aquéllas viven en las montañas; éstas crecen a gusto recoletas en los jardines y en los huertos. Sin embargo, así como de las familias campesinas salen a veces sutiles cortesanos, así también las plantas campestres se truecan en urbanas. Ello debe de ser, en parte al menos, obra de los hortelanos.

Lo más pronto que puedas. Bueno. Adiós. Adiós y prudencia. Martín salió de la iglesia, tomó por la calle Mayor hacia el convento de las Recoletas, paseó arriba y abajo, horas y horas sin llegar a ver a Catalina. Al anochecer tuvo la suerte de verla asomada a una ventana. Martín levantó la mano, y su novia, haciendo como que no le conocía, se retiró de la ventana.

La iglesia ante todo: los conventos ocupaban cerca de la mitad del terreno; Santo Domingo solo, tomaba una quinta parte del área total de la Encimada: seguía en tamaño las Recoletas, donde se habían reunido en tiempo de la Revolución de Septiembre dos comunidades de monjas, que juntas eran diez y ocupaban con su convento y huerto la sexta parte del barrio.