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Comencé a vivir cada día más recluído en el fondo de mi alma, perdido en la admiración de la imagen que en ella brillaba, hasta que sólo esta ocupación me pareció digna de la vida, y en el mundo todo no reconocí más que una apariencia inconstante y fuí como un monje en su celda, ajeno a las cosas más reales, de rodillas y rígido en su sueño, que es para él la única realidad.

Delaberge, cuyas funciones sedentarias le habían recluido en París tanto tiempo y que no conocía ya más verdores que los de las carpetas de la oficina, gozaba de esta fiesta primaveral en pleno bosque como se goza de un antiguo amigo otra vez hallado.

Los otros padrinos debían haberlo contado todo. ¡Qué de comentarios! Y el miedo á encontrarse con las gentes, que sin duda repetían su nombre á todas horas, le hizo permanecer recluído, esperando que le olvidasen. Alguien perdería ó ganaría en el Casino una suma importante, y esto bastaba para que los curiosos dejasen de hablar de él. Empezó á pesarle la soledad como un suplicio.

A la sazón llevaba una larga barba descuidada y estaba recluido en un manicomio; la bohemia había desaparecido. O quizá no había existido en la vida y el doctor se la había inventado. ¿Quién sabe? A las cinco de la mañana, el doctor Chevirev acababa su tercera botella de champaña, y se iba a su casa.

Ella entonces encerró a su hija, con todo el rigor que la palabra indica. Habíala recluido en aquella habitación, de donde no salía nunca, ni tenía comunicación alguna con el exterior. Vivió como emparedada seis meses. ¿De que murió? No se sabía bien. Murió de encierro, y fue víctima de la inquisición del honor. ¡Oh rigor extremo! La marquesa era una mujer de otras edades.

y lánguidas miradas femeninas, y la mujer se mueve entre sus sedas con felina arrogancia de pantera. Estoy en pleno monte. Recluído en un camaranchón llamado escuela, siento sobre mi alma la secuela de la dolencia del que está aburrido. En pleno monte. Flota en el ambiente la gris opacidad de una neblina, que a los rayos del sol se difumina y se rasga en girones lentamente.

A todos ellos les inquietaba el porvenir. ¿Quién merecería al fin ser el marido de Margalida?... Durante las noches de invierno, Febrer, recluido en su torre, miraba una lucecita que brillaba a sus pies: la de Can Mallorquí. No eran noches de festeig, la familia debía estar sola, cerca del hogar; pero él manteníase firme en su aislamiento. No, no bajaría.

Todo terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el mundo?... ; era una torpeza.

»La ausencia de Carlos prosiguió la Condesa, su desaparición misteriosa e imprevista nos habían anonadado. ¿Habría sido víctima de alguna traición? ¿Nuestros proyectos habían sido descubiertos? ¿Su rival, celoso, había pagado asesinos que le matasen? ¿La venganza y el poder del duque de Arcos, le habían privado de su libertad y le habían recluido en alguna prisión de Estado?

Gonzalo, que todas las mañanas a primera hora iba por el Saloncillo, la leyó en una gacetilla tan infame como hipócrita del Joven Sarriense. «Circula por la población la especie decía de que una señora, protagonista de cierto drama amoroso no ha mucho tiempo acaecido, se ha fugado en compañía de su amante del asilo donde su familia la había recluído.