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Este paso fué la gota que hizo rebosar el coraje de Velázquez, demasiado tiempo comprimido. Volvióse hacia ella y con gesto desabrido le preguntó: ¿Qué se le ha perdido á usted aquí, niña? Era costumbre fatal del guapo tratarla de usted cuando estaba enojado, para hacer más ostensible su desdén.

El mozo le saludaba en el momento de dar un restregón con el paño a la mesa, y él, contestando con cierta dignidad, frotábase las manos, se acomodaba bien en el asiento, conservando la capa sobre los hombros; después acercaba el vaso, poniendo a la derecha, a la discreta distancia a que se pone el tintero para escribir, el platillo del azúcar, y luego atendía a la operación de verter en el vaso la leche y el café, poniendo mucho cuidado en que las proporciones de ambos líquidos fueran convenientes y en que el vaso se llenara sin rebosar.

Sus labios resecos se entreabrieron, y, como un soplo, dejaron pasar la palabra: «Perdón...» Desde las profundidades del pecho subió a la garganta un estertor que se detuvo de repente. En aquellos ojos, ya fijos, aparecieron dos lágrimas sin rebosar de los párpados y se reabsorbieron lentamente, como el agua en una tierra árida. Me aproximé a Elena y la así la mano. ¡Se acabó! dije.

Comer, beber, dormir y retratar a todo bicho viviente que cruzaba ante la magnífica lente de su cámara oscura eran las útiles tareas que llenaban y aun hacían rebosar la vida de aquel ilustre prócer, a cuyos abuelos cabía tanta parte en las gloriosas empresas de la antigua España.

Después de expresar con un gran suspiro la lástima que tenía de este pobre país, seguía tomando su café con indolencia, pero con apetito, porque para D. Basilio era verdadero alimento, y lo tomaba colmado, en vaso, y dejando rebosar todo lo posible en el plato para trasegarlo después frío al vaso.

El calor que escatimaba a los humanos iba subiendo, no obstante, como perfumado incienso, a un sitio más elevado, a un objeto infinitamente más digno de él. Su corazón no podía permanecer inactivo; necesitaba amar porque era su ley; necesitaba rebosar de entusiasmo por algo, en lo cual pensara en todos los instantes de la vida y a lo que dedicase continuos sacrificios.

En un murmullo de charlas alegres, las jóvenes revelaban su alma con la misma gracia o inocencia, que en sus vestidos se revelaban sus cuerpos. Los jóvenes dejaban rebosar de su espíritu y de su corazón, esa adoración inconsciente, tan impulsiva y por lo mismo tan seductora, de la juventud y de la fuerza, hacia la gracia y la belleza.

Frente a un balcón, abierto sobre las arboledas del jardín, tenía una cama de hierro pintada de verde, y a su cabecera un Crucifijo de torpe talla, de lacia y triste figura; un reclinatorio al pié del lecho; dos estantes de caoba deslucida llenos de libros, y una mesa también cargada de ellos hasta el punto de parecer rebosar, desparramándose por las sillas inmediatas; un modestísimo aguamanil de loza con su jofaina de lo mismo; un armario de pino barnizado, donde se guardaba la sotana de los domingos; una exquisita limpieza en todo, y una apariencia de profunda calma: tal era el cuarto, cuyas vidrieras se abrían antes que ninguna otra de las de la casa, y las que hasta más tarde estaban iluminadas por la lámpara que ayudaba el tenaz trabajo de sus largas veladas.

Sentía rebosar en su pecho los sentimientos de despecho, celos, y odio que se condensaban hacía tanto tiempo contra su mujer y contra Jacobo de Lerne, y resolvió poner término a sus relaciones, vengándose a un mismo tiempo de ambos. Era hábil en el manejo de la, espada, y aunque bravo por naturaleza, no se sentía con humor de despreciar aquella ventaja.

El agua de la bahía, tranquila y transparente como un cristal, les permitía distinguir perfectamente a aquellos hombres, que procedían con gran rapidez cogiendo moluscos, que iban echando en la red. Bien pronto uno de ellos, pasado medio minuto, salió a la superficie con la red llena hasta rebosar, la cual entregó al viejo Van-Horn, que la vació en el fondo de la chalupa.