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Ni es necesario fijar aquí el tiempo empleado en el descenso; está inscrito en las crónicas de Bar Sansón. Sólo diré que al cabo de un momento, pareciole a Federico que le salpicaba el barro de las inundadas orillas de Rattlesnake-Creek.

Sea porque el baño en Rattlesnake-Creek hubiese templado su maligno ardor, o bien porque el arte con que Federico la condujo le hubiese demostrado la superior malicia de su jinete, Jovita ya no malgastaba su energía sobrante en vanos caprichos, y parecía haber adquirido una grave solemnidad.

Dos veces se puso de manos, y se dejó caer hacia atrás, y dos veces el ágil Federico tuvo que recurrir a todo su ingenio y buena estrella para recobrar su asiento. Y una milla más adelante, al pie de una prolongada colina, estaba Rattlesnake-Creek. Federico sabía que allí le esperaba la prueba capital de su habilidad, si quería llegar al término de su jornada.

Haciendo un heroico esfuerzo y completamente absorto en una sola idea, olvidó el dolor de su herida, y montando de nuevo corrió hacia Rattlesnake-Creek. Pero el aliento de Jovita era ya entrecortado, Federico vacilaba en la silla y el cielo se aclaraba ya del todo. ¡Adelante! ¡Corre, Jovita! ¡oh, día, si pudiese detenerte con una mano! En los últimos pasos sentía ya un zumbido en sus oídos.

Conforme a los planes de Federico, el empuje que había adquirido la llevó más allá del margen, y teniéndola a propósito para un gran salto, se lanzaron en medio de la impetuosa corriente del río. Unos momentos de lucha, coceando y nadando, y Federico respiró ruidosamente, después de ganar la orilla opuesta. El camino desde Rattlesnake-Creek hasta Red-Mountain era bastante bueno.

El brazo del jinete desangraba más y más... Al atravesar el camino por bajo de la colina, estaba deslumbrado y desvanecido y no reconoció el terreno que pisaba. ¿Había tomado un mal camino o era aquello Rattlesnake-Creek? Federico iba por el recto camino.

No era muy buena preparación para una seria subida de cinco millas; pero Jovita arremetió con su habitual, ciega e impetuosa furia, y media hora más tarde alcanzó la extensa llanura que conduce a Rattlesnake-Creek: treinta minutos más, y llegaban a la meta. Federico soltó ligeramente las riendas sobre el cuello de la yegua, excitola con un silbido, y tarareó una canción.