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Los que venimos por vez primera camino de América, sentimos el mismo prejuicio de los sabios del tiempo de Colón, que afirmaban que sólo podía encontrarse oro allí donde hubiese negros e hiciera mucho calor... Al sentir que el sol nos quema con más fuerza que en Europa, creemos estar menos alejados de la fortuna. Permanecieron los dos amigos largo rato en silencio.

Al cabo de un rato, cuando ya me disponía a dejar la silla para dar algunas vueltas, exclamar a Luisa: ¡Calla... calla... me parece que ahí viene Lola! Asunción se estremeció y levantó la cabeza vivamente. , , es ella, continuó Luisa.

Veíasele atravesar la plaza, agitando los faldones de su levitón color de café, pasar bajo la arquería de la Recova, perderse entre el hormiguero de la acera y al cabo de corto rato reaparecer, por el lado contrario, la chistera en la mano y secándose la frente y la calva con el pañuelo.

Apostóse el joven Otra vez detrás de la esquina de la calle de las Negras, y les vió entrar en la propia casa. Al poco rato entró otra persona, después tres, después dos; en fin, los mismos de la noche anterior.

Muchas veces dormía allí su siesta debajo de un tilo, arrullado por el glu glu del riachuelo. Otras veces cuando el sol trasponía por encima de la colina solía tenderse de espaldas sobre el césped y pasar largo rato contemplando los abismos azules del cielo.

Gabriel paseó largo rato por la desierta plazuela, subiéndose hasta las cejas el embozo de la capa, mientras tosía con estremecimientos dolorosos. Sin dejar de andar, para defenderse del frío, contemplaba la gran puerta llamada del Perdón, la única fachada de la iglesia que ofrece un aspecto monumental.

Después siguió con la vista clavada en ella larguísimo rato con la misma expresión de extravío ó indiferencia. Poco á poco se fueron contrayendo sus labios y dejaron paso á una sonrisa dura y cruel como nunca se había visto en su cándida boca.

En el fondo de la iglesia, frente al altar, había una gran reja que se alzaba desde el suelo al techo; tras esta reja percibíanse vagas claridades movibles y un murmullo sordo, de cuyo conjunto se destacaba de rato en rato una tos o una sílaba que repetían los ecos de la bóveda.

Después de un rato prosiguió, sonriendo dolorosamente, con esa sonrisa de los ancianos próximos a morir: ¿Cómo me encuentras, hijo? ¿Mal, verdad? ¿Te acuerdas? ¡Antes tan fuerte, tan activa! ¡Estaba yo en todo! Ahora, aquí me tienes, como presa, como si tuviera grillos... ¡peor que si los tuviera!

Las cosas, o hacerlas bien, o no hacerlas. Y mandó llamar a Simón. Se marchó Guzmán, y entró a muy poco rato el mayordomo. Así estaban las cosas, con un pasito más que luego conoceremos, al invitar yo en los comienzos del capítulo precedente al lector amable y pío, a que me acompañara al nuevo domicilio de la marquesa de Montálvez.