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Hubo un instante de silencio. Lo siento de too corasón, señorito. Yo creo que ustedes dos pareaban mu bien... Pocas palabras más hablamos. No podía ocultar mi tristeza y desaliento. Los consuelos de la cigarrera no penetraron siquiera en mis oídos. Antes de despedirse quiso darme la carta, que no había podido entregar. Yo la tomé y, sin rasgarla, la arrojé al río, sonriendo tristemente.

Y agarraba un puñado de su sotana con los dedos crispados, como si quisiera rasgarla. Transcurrió un largo rato de silencio. Don Sebastián miraba al suelo con ojos duros, contrayendo sus manos como si quisiera agarrar a los invisibles enemigos. De vez en cuando sentía las punzadas de su enfermedad y suspiraba dolorosamente.

-Yo no lo digo por tanto, señora -respondió Sancho-; y si a vuesa merced le parece que la tal carta no va como ha de ir, no hay sino rasgarla y hacer otra nueva, y podría ser que fuese peor si me lo dejan a mi caletre. -No, no -replicó la duquesa-, buena está ésta, y quiero que el duque la vea. Con esto se fueron a un jardín, donde habían de comer aquel día.

Muchísimo hay que decir, y he de decirlo, aunque incurra en la nota de pesado. No obstante la pesadez y el desaliño con que irá escrita mi carta, yo consiento en que usted haga de ella lo que guste: ó guardarla para , ó rasgarla, ó dejar que el público la lea. Desde luego el título de Himno me desagrada. Un himno es un himno, y catorce sonetos son catorce sonetos.