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En seguida traeré para remediaros a todos dijo la anciana . Pero antes quiero saludar a ese caballero rancio, que es tan fino y atento con las señoras». Entró en el llamado gabinete, y el señor de Ponte y Delgado se deshizo con ella en afectuosos cumplidos de buena sociedad. «Siempre echándola a usted de menos, Benina... y muy desconsolado cuando brilla usted por su ausencia.

Hoy trabajarás mucho, Visanteta. Mi gusto hubiese sido encomendar, como de costumbre, un par de platos a la fonda. Pero tengo convidado a mi hermano, que es un rancio y me requema la sangre como si fuese una despilfarradora. Por esto he querido que la comida fuese casera. A ver si aun así encuentra motivo para murmurar.

Por el bienestar de ésta velarían las leyes, «sin empecer la acción y facultades conferidas a un rancio solariego de los contornos, nombrado tutor de la pequeña y asistido del derecho de retrotraer para la misma el legado de don Manuel en caso de que doña Rebeca no cumpliese las condiciones impuestas por el testador....»

Sólo podía recibirla en el antiguo estrado, pues los demás habían sido desguarnidos por los usureros. Reflexionó, sin embargo, que, a pesar de su vejez y abandono, aquel salón trascendía a grandeza grave y a rancio abolengo. Levantó el cerrojo y entró. Era una cuadra larga y angosta, diversamente alhajada según el estilo flamenco, italiano y mudéjar de los tiempos del Emperador.

Por la principal se pasa al patio enlosado y con columnas, a las salas y demás habitaciones señoriles; por la otra, a los corrales, caballeriza y cochera, cocinas, molino, lagar, graneros, trojes donde se conserva la aceituna hasta que se muele; bodegas donde se guarda el aceite, el mosto, el vino de quema, el aguardiente y el vinagre en grandes tinajas; y candioteras o bodegas, donde está en pipas y toneles el vino bueno y ya hecho o rancio.

Aunque vivía muy independiente, no dejaba de tener parientes y amigos de rancio pensar, que sin duda se escandalizarían. En provincias, todavía les parecen a muchas gentes infranqueables las barreras que separan a las distintas clases de la sociedad; los perjuicios y las prevenciones persisten con mayor fuerza que en París; se conocen unos a otros demasiado para no ser esclavos del qué dirán.

Los que sentían sed, pasaban del calor asfixiante de la gañanía a la frialdad de la noche, y se atracaban de un agua que parecía hielo líquido, mientras el viento les hería las sudorosas espaldas. Al trasponer la puerta, Salvatierra sintió en sus pulmones la rareza del aire, al mismo tiempo que hería su olfato un hedor de lana húmeda, aceite rancio, barro y carne aglomerada y viscosa.

La vista de aquella fachada con grandes huecos, el portal enarenado y lleno de tiestos, el arranque de la escalera alfombrada, el farolón monumental y, sobre todo, la grave figura del portero augustamente envuelto en un levitón con cada botón como un platillo, y con gorra de cinta blasonada, aquel conjunto de señorío rancio y fortuna segura, le dejó estupefacto. «¡Qué barbaridad!

¡Que rabie ese rancio! decía doña Manuela, indignada al saber la furia con que su hermano había acogido tales reformas . ¿Cree que toda la vida la hemos de pasar como unos miserables, con pan y cebolla y un vestido viejo? Don Juan también hablaba, y había que oírle.

Y a pesar de aquellas duras ideas, Vargas Orozco era hombre de una bondad profunda. Vivía la vida como un rancio hidalgo español, con el fondo del alma. Todo cuanto no era preciso a su modesto vivir lo derramaba en limosnas.