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Hola, Rafaelillo le decía muchas tardes al verle llegar. ¿Pero por qué viene usted con tanta frecuencia? Nos van a tomar por novios. ¿Qué dirá su mamá? Y Rafael sufría cruelmente; se avergonzaba de mismo, pensando en lo que ocurría en su casa; en las iras que arrastraba para llegar allí. Pero le era imposible librarse de la atracción que sobre él ejercía Leonora.

Cabalgaba elegantemente, con una gallardía árabe, como si hubiese nacido sobre los lomos del corcel y éste y su jinete formasen un solo cuerpo. ¡Olé, los caballistas! gritó Fermín al reconocerle. Buenos días, Rafaelillo. Y el jinete paró su caballo de un tirón que le hizo tocar con las ancas el suelo, al mismo tiempo que levantaba las patas delanteras.

Fermín era el padrino de Rafaelillo, único hijo del señor Paco, al cual también se le había muerto la mujer durante la época de persecuciones y presidio. Los dos compadres emprendieron juntos sus penosas expediciones de contrabandistas pobres. Marchaban a pie, por las veredas más abruptas de la sierra, aprovechando los conocimientos adquiridos en las complicadas marchas de las partidas.

Ya nadie querría prestarles para continuar el negocio. El compadre, llevando de la mano a Rafaelillo, que era ya un rapaz, marchó a Algar, a su pueblo de la serranía, para ser gañán en un cortijo, si es que le aceptaban viéndole entrado en años y enfermo.