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La silba, por consiguiente, de que Rafaela había sido víctima, parecía injusta al viejo usurero y motivada por el odio que a él le tenían, por donde imaginaba que debía consolar a Rafaela e indemnizarla del daño que le había causado. El oficio de darle consuelo le parecía gratísimo y en su modestia llegó a creer que él, y no ella, era el verdadero consolado. Cada día simpatizaba más con Rafaela.

Pues mira, Rafaela contestó Juanita , di a Longino con toda seriedad también, que es un galopín sin vergüenza, y que él y su amo vayan a escardar cebollinos. No te alteres, hija; no te subas a la parra dijo Rafaela al ver enojada a Juanita . ¿Qué se pierde ni qué ofensa se te hace en tentar el vado?

De esta sultana afirmaba Rafaela que descendía ella, de suerte que su nobleza era tal para cual y no menos antigua que la de su marido.

Lograba que fuera de su casa olvidara o prescindiera el vulgo de los antecedentes de D. Joaquín, no le quisiera mal y casi le respetara. Y lo que es en casa, con sus mimos y con su dulzura, Rafaela le hacía dichoso, arrebolando y dorando con luz alegre los días de su vejez y colmándolos de satisfacción y de ventura.

En medio de su fealdad, había algo de noble y distinguido en la chacha Ramoncica, que era una señora de muy cortas luces. Rafaela, por el contrario, sobre ser fea, tenía el más innoble aspecto; pero estaba dotada de un despejo natural grandísimo.

El Sr. de Figueredo estaba en borrador, y Rafaela se propuso y consiguió ponerle en limpio, realizando en él una transfiguración de las más milagrosas. Ella misma sabía por experiencia lo que era y valía transfigurarse. No recordaba de dónde había salido ni cómo había crecido.

Rafaela estaba bellísima: incomparablemente más bella que allá en Lisboa, en la plaza de toros o en el Retiro de Camoens. Entonces era diamante en bruto: ahora diamante pulimentado y primorosamente engarzado en cerco de oro.

Esperaba terminar una aventura amorosa, gratísima, bastante sentimental para que no fuese grosera, y lo menos trágica y lúgubre de cuantas aventuras puede haber en el mundo. Así es que el Vizconde pensó, primero, que Rafaela quería embromarle con todo aquello, aunque la broma era harto pesada.

Y luego tanta gente reunida en una casa... ya se lo decía á la señora Rafaela, no puede ser sano. En cambio, el señor conde igual que hace once años. La verdad es que su cara no podía perder. Toda la vida fué descolorido como la fruta de invierno. ¡Qué diferente de su padre, que en paz descanse! ¡Aquél que era un mozo como una plata!

En otros muchos había colgaduras por el estilo, lo cual daba a la plaza apariencia vistosa y alegre, pero ningún pañolón era más bonito que el de Rafaela ni había sido extendido con mayor garbo y desenfado. Así recordaba el Vizconde este y otros muchos triunfos de Rafaela; pero no sin razón la llamaban la Generosa.