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El Brasil, lo repito, puede conjurar sus peligros con una política internacional franca y pacífica, con reformas radicales en su sistema financiero, y con una aplicación más práctica y verdadera del régimen parlamentario.

Necesitaba adquirir diez, doce, quince periódicos por día: unos porque eran reaccionarios, y á él le entusiasmaba la novedad de ver unidos á todos los franceses; otros porque, siendo radicales, debían estar mejor enterados de las noticias recibidas por el gobierno. Aparecían á mediodía, á las tres, á las cuatro, á las cinco de la tarde.

Indudablemente, el analfabetismo vale mil veces más que la censura. Todo el arte de los escritores radicales se estrella contra el hombre del campo, hombre sano de cuerpo y de inteligencia, que no sabe leer ni lo necesita para trabajar las tierras de su señor y para darles el voto a los candidatos del orden. Y el hombre del campo ha votado la candidatura ministerial.

Este «abismo» era una metáfora sacada de sus lecturas de periódicos radicales, y hacía alusión á las creencias fervorosas y simples del viejo. Pero el cariño por el capitán, el ser todos de la misma tierra y el empleo del valenciano como lengua de la intimidad, les bacía buscarse á los dos instintivamente. Caragòl era para Tòni la persona más cuerda de á bordo... después de él.

Los piés y manos están temblorosas y heladas, pero no azuladas; no hay sed, pero existe, como en todas las discrasias que alteran profundamente la economía, una gran sensibilidad al frio, frio que penosamente se corrige en la cama, pero que solo con esta circunstancia se mejora. Además, el movimiento aumenta el frio, y parece que cada esfuerzo obra disminuyendo la suma de fuerzas radicales.

Es que en el fondo del asunto había una verdadera cuestión política. Los conservadores y moderados se declaraban perecistas, antiperecistas los radicales y liberales. Del temperamento y de las ideas dependía pues el estar o en contra o en favor del acusado, por su condena o por su absolución.

Pero de la ignorancia misma nace una esperanza consoladora. Hay en todo algo de misterioso que induce á no tener por absurdos los cambios más radicales. Los españoles son los mismos de siempre. Dios lo puede todo. Sus designios son inexcrutables. Y ya que nada de transcendental saquemos en claro del último libro del Sr.

Si se los ha expropiado, bien la indemniza. El Estado puede expropiar, indemnizando, para utilidad pública. Sin embargo, aunque no hubiera tal indemnización, el caso no es idéntico. Ninguna asociación tiene por los derechos radicales e imprescriptibles de los individuos que la componen. El Estado es asociación suprema, a la cual están sometidas las otras, sin que puedan existir en contra suya.

Estudiado con imparcialidad y reposo este intrincado asunto, hallarémos que el mundo antiguo, la humanidad hasta el siglo XIV, no es más ni menos que un órden de cosas creado por la ley de la contradiccion, por la ley de las castas, la ley de arriba declarando pária á la ley de abajo; la ley de un espíritu y de una materia, considerados como poderes antagonistas; como fuerzas radicales contrarias; la ley terrible que convertia al hombre en enemigo del hombre y de Dios.

Permanecía en la tienda lo menos posible; cuando no estaba en la Bolsa, pasaba las horas en el café, mediando en las riñas de «alcistas» y «bajistas», con expresión de superioridad; enganchaba la charrette e iba con Teresa, muy emperejilada, a pasear su nuevo lujo por la Alameda, entre los brillantes trenes, para que supieran más de cuatro que él también, «aunque le estuviera mal el decirlo», era de la aristocracia, de la del dinero, que es la que más vale en estos tiempos; y hasta en su misma casa introducía reformas radicales, pasando la familia con violento salto de la comodidad mediocre a la ostentación aparatosa.