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Entonces salí desesperado, y pensando con rabiosa amargura que aquel imbécil, al matarse, nos había muerto también a nosotros dos. Aquí termina mi novela. Ahora, ¿quiere verla? ¡María! se dirigió a una joven que pasaba del brazo. Es hora ya; son las tres. ¿Ya? ¿las tres? se volvió ella. No hubiera creído. Bueno, vamos. Un momentito.

Se muestra el hijo de piedad desnudo: Y contra el hijo el padre con rabiosa Clemencia levantando el brazo duro, Rompe aquellas entrañas que ha engendrado, Quedando satisfecho y lastimado.

Con este gentío calagurritano se mezclaban los postulantes de otra esfera, personajes y señorones que pasaban al despacho desde que llegaban. El criado no podía contener a la turba impaciente, desesperanzada, a veces rabiosa, que tenía en sus maneras el ímpetu del asalto.

Ella, que presentía este ataque repentino, no dio un grito ni pronunció siquiera una palabra; pero lo rechazó con fuerza y decisión. Hubo una lucha sorda y rabiosa que duró bastante. La chica se defendía gallardamente y consiguió por tres o cuatro veces zafarse de las manos del viejo; pero éste la perseguía por los rincones de la cocina y volvía a sujetarla.

Los había de varias razas y tamaños, todos sucios, con los ojos amarillentos y una baba rabiosa en los colmillos: animales casi salvajes, que sólo de tarde en tarde veían llegar algún pobre, y sentían feroz extrañeza ante Isidro, irritados por su exterior de hombre de ciudad. No ladraban.

Sonó junto a una ventana del comedor un rugido de fiera rabiosa, un baladro amplificado por el tubo de una bocina. A continuación, el tableteo de varios rayos imitados con choques de latas y las sinuosidades de un trueno repiqueteado sobre el parche del bombo. Todos los ojos se volvieron hacia la entrada del comedor. Alguien iba a llegar.

Carola, rabiosa y despechada, pero disimulando el enojo, preguntó: ¿De modo que el viejo es un lacayón alcahuete, cochino? No digo tanto; pero me malicio que hacen de él repoquísimo caso; vamos, es un criado antiguo de esos que hay en las casas grandes. Carola sabía cuanto deseaba. Todo quedó explicado.

Acabaréis de una vez gritó la señora de Bruinsteen . Ya habéis dicho vuestra última palabra en Orsdael. Vamos, ¿queréis marcharos? ¿ o no? Y como Marta siguiera de rodillas y llorara tendiéndole los brazos, se puso de pie violentamente, la empujó rabiosa y le dió como adiós un golpe tan violento, que la pobre Marta se golpeó contra la pared y permaneció un instante aturdida.

Y con rabiosa y espantable voz, arrancándose la corona con ambas manos, en las que quedaron prendidos gran número de cabellos, gritó enfurecido: ¡Oh, raza maldita! ¡Siempre serás la que se oponga a nuestro paso!

Para mejor inteligencia deberá entenderse que el terreno, que por allí formaba una falda espaciosa, estaba dividido por un hondísimo tajo, practicado por la acción lenta de las aguas, o por alguna otra explosión rabiosa de la naturaleza allá en los remotos siglos.