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¡Oh! porque yo hundí cinco veces mi kangiar en la garganta del buen anciano emir que nos recogía a Sed'lha y a , y me hizo instruir como un rabino. ¡Dios del Cielo! ¡otro asesinato! ¡Usted asesino de su bienhechor! Había abusado de la hospitalidad que nos diera para seducir a mi hermana, con la que no podía casarse. ¿Qué hubieras hecho en mi lugar, Blasillo?

No quiero pecar de prolijo ni ser tildado de jactancioso, y por eso no cuento aquí por menudo las cosas extraordinarias que en España hicimos. Te diré, no obstante, que fue mi cercano pariente aquel gran rabino de Toledo que redactó la exposición, y fue el primero en firmarla, dirigiéndose a Caifás y tratando de convencerle, para que no condenase al santísimo Hijo de María.

Los popes de negras túnicas y sombreros de copa sin alas transcurrían por las calles junto á los sacerdotes católicos ó al rabino de luenga hopalanda. En las afueras se veían hombres casi desnudos, sin otro traje que una zamarra de pieles, guiando rebaños de cerdos, lo mismo que los pastores de la Odisea.

Pero persuadidos los cuatro, el Rabino Estruch, Sibili, Farrig y Estallada, con las eficaces exhortaciones de cuatro doctores y fervorosos teólogos y, a lo que se puede creer alumbrados de la luz del cielo, abjuraron de su locura y se redujeron a la Fe del que poco antes tanto habían querido perseguir y ultrajar.

Bernaldez afirma que por narracion de un rabino á quien él cristianó supo que pasaban de ciento sesenta mil los judíos espulsos. Zurita aumenta el número hasta cuatrocientos mil: i Juan de Mariana escribe que fueron ochocientos mil. Por último, Pedro de Abarca dice que solas las familias fueron ciento sesenta mil.

El judío, que estaba arrodillado, se levantó como si le hubiese picado una víbora. ¡Por la cintura de los majos! Eso es imposible! Los cabellos se me erizan nada más de pensarlo. ¡Infame judío! ¿Crees que quiero que me regales tus mercancías? Toma, aquí tienes oro para comprarte tus almacenes, a ti y a tu rabino. ¡Dios del cielo! guarda tu oro, porque me espanta.

Hasta mataron la antigua religiosidad española, tolerante y culta por su continuo roce con el mahometismo y el hebraísmo: aquella Iglesia hispánica, cuyo sacerdote vivía en paz dentro de las ciudades con el alfaquí y el rabino, y que castigaba con penas morales a los que por exceso de celo turbaban el culto de los infieles.

Era Rafael Valls un hombre de buen caudal, pero de durísimo juicio: quien por ganar el crédito de Rabino y oráculo entre todos, se había revestido de la Secta de los Estóicos Cínicos con apariencia de algunas virtudes morales, como templanza, moderación, equidad en los tratos y una insensibilidad tan afectada, que apenas dejaba rastrear lo interior.

Rafael Valls, mayor, jabonero de oficio, que era como el Rabino de todos, de edad de cincuenta y un años, natural y vecino de esta Ciudad, reconciliado y preso segunda vez por judaizante relapso.

Veo en él una mezcla de rabino avaro, moro fantaseador y guerrero romántico, ansioso de rescatar los Santos Lugares para devolver millones de almas a su Dios. Pero reconozco que, de ser cierta la hipótesis del cambio de nacionalidad, fue éste uno de los mayores aciertos de su vida.